Hacer la guerra es más fácil que hacer la paz. ¿Alguien lo duda? Las 220 mil muertes (equivalentes a desaparecer a una ciudad como Armenia) que el Centro Nacional de Memoria Histórica contabilizó en su informe, sobre 54 años de conflicto armado en Colombia, son evidencia de que cambiar ese negro pasado y presente es el más grande desafío que hoy tiene nuestro país. Siempre será más fácil repetir la historia, y mantener el statu quo de la lucha armada que tomar los caminos del debate franco y libre, sin armas.
Ver reunidos en un solo documento los numerosos episodios de terror que ha padecido nuestra patria pone la piel de gallina y nos lleva a sorprendernos de que, pese a tanta sangre derramada, el país no se haya movilizado antes con la fuerza necesaria para derrotar la violencia y caminar con decisión hacia la civilidad. Hemos sido demasiado tolerantes con quienes solo quieren llenarnos de miedo y aprovechar el discurso del pánico para dominarnos y no dejarnos alternativa.
¡Basta ya! es el elocuente título del informe, en el que se muestra la enorme responsabilidad de las guerrillas de la ultraizquierda y de los paramilitares de la ultraderecha en la tragedia nacional, lo que ha implicado un promedio de 12 muertes diarias atribuibles al conflicto. Adicionalmente, se observa allí que las fuerzas del Estado también ha sido culpable de un alto porcentaje de esas muertes, lo que constituye un error inocultable que tiene que ser reparado. Tenemos que buscar salidas verdaderas y definitivas, si queremos que Colombia salga pronto de esta espiral de barbarie.
Atreverse a caminar en sentido contrario a los intereses de quienes prefieren la confrontación armada encarna enormes riesgos, si realmente se quiere pasar la hoja de la violencia. Sin embargo, solo si el Gobierno Nacional actúa con carácter y fortaleza, sin ceder al chantaje o bajar la guardia, será posible que los acuerdos que haga con la guerrilla de las Farc, en La Habana (Cuba), sean aceptados por la sociedad colombiana.
Ahora bien, todos debemos ser conscientes de que nos asiste algún grado de responsabilidad en lo que ha pasado, pues en lugar de caminar por los senderos de una dialéctica en paz, preferimos tomar los peligrosos atajos de la ilegalidad, de la corrupción, del ojo por ojo diente por diente, del autoritarismo o del total irrespeto a la diferencia. Como sociedad tenemos la oportunidad y el desafío de madurar y de lograr cimentar una democracia sólida y seria, que nos conduzca a un futuro próspero.
La verdad duele. Así reza el adagio popular... pero también sana heridas entre las víctimas. Por eso, si se quiere avanzar hacia una paz auténtica, lo primero tiene que ser decir la verdad y estar dispuestos a pedir y a dar el perdón. Aunque los diálogos de La Habana se dan solo entre los voceros de las Farc y el Gobierno, esta práctica de verdad y de perdón es algo que nos involucra a todos los colombianos, pues con unos pocos que no estén dispuestos a contar lo que saben y con la disposición de desarmar las almas, siempre habrá el riesgo de que el fuego resurja de las cenizas.
Tampoco puede pasarse de agache ante la necesidad de reparar los daños causados. El dolor de las víctimas tiene que ser valorado como se merece y los victimarios deben estar dispuestos a pagar por eso. Sin embargo, más importante que eso, todas esas muertes tienen que mostrarnos la urgencia de paz que vive Colombia, ya que persistir en la guerra podría llevarnos a que en 50 años más estemos hablando de medio millón o más de caídos en medio de las confrontaciones armadas.
Toda la sociedad debe entenderlo, y aún más deben comprenderlo los actores de la violencia: debemos ceder un poco para que la paz sea real algún día. Hay que ponerle fin a esta locura.
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