Jhon Jairo Martínez
LA PATRIA | MANIZALES
Carlos Mejía rompió todas las estadísticas posibles. A los 58 años de edad, sastre de profesión por tradición familiar y con una escolaridad que solo le alcanzó hasta el cuarto de primaria, es hoy uno de los inventores, y con patente en mano, de una válvula para el corazón que tiene descrestada a la comunidad científica.
Nació en Manizales y estudió en la escuela General Santander. Mientras era cuidado por sus abuelos maternos, Carlos decidió no estudiar más después de perder el cuarto grado. Él era bueno para trabajar con las manos y a tan corta edad sabía que quería ser artista, pero esa idea, a mediados de los años 50, retumbaba en la cabeza de los padres de familia. "Decir que quería ser artista en ese momento, era decir que quería ser un vago", expresó Carlos entre risas.
Sus años en Manizales los pasó entre el barrio Chipre y la calle 30 con carrera 23 (esquina), casa donde vivía con sus hermanos y abuelos. Se la pasaba en las ferreterías y las ebanisterías buscando materiales de desecho para hacer sus manualidades. Además, se ganaba algunos centavos lavando los platos y pocillos de los bares y cantinas del centro de Manizales que eran de su abuelo.
Ya con 14 años las cosas cambiaron, "si no quiere estudiar entonces póngase a trabajar, me dijeron mis abuelos y con justa razón". Ahí fue cuando su vida dio el giro.
El linaje de la familia paterna de Carlos es de reconocidos sastres de la capital colombiana. En Bogotá su tatarabuelo, abuelo, tíos y padre, le confeccionaron a presidentes de la República, inclusive, uno de sus familiares aún le diseña a Juan Manuel Santos.
"Busqué a mi papá y me fui para allá. Él obviamente también me dijo que si no quería estudiar tenía que trabajar, ahí fue cuando entré al gran mundo de la sastrería".
Para Carlos esa era la oportunidad que estaba esperando, no tendría que asistir a salones de clase y además podría emplear toda esa habilidad creativa que tenía con las manos en un oficio como la sastrería.
A los 20 años de edad ya tenía su propio negocio y estaba económicamente estable.
Según él todo iba bien hasta finales de los 80 cuando la situación económica del país cambió debido a los problemas de orden público y los carteles de la droga.
"Antes de todo eso la plata circulaba y los comerciantes nos beneficiábamos, pero después de eso la economía cayó, muchos negocios se vinieron a tierra y ahí quedé yo".
Ya sin la sastrería y con un panorama poco claro de qué iba a hacer, Carlos aceptó una invitación para los Estados Unidos.
"Dije que me iba a presentar a la embajada y que si me daban la visa me iba a buscar una oportunidad". Así fue como en 1989 con una maleta y 500 dólares en el bolsillo, este manizaleño llegó a Miami.
"Llegué a la casa de un conocido quien me apoyó mucho. Más o menos a los ocho días de estar allá me consiguió trabajo en una sastrería. Corrí con suerte".
Después de estar trabajando por casi 8 meses en Miami y soportando largas jornadas mal pagas, un amigo le dijo que en Nueva York tendría mejores oportunidades con buena remuneración.
"Llegué a la gran manzana con la ilusión de una mejor oportunidad, pero nada. No me adapté a la ciudad, al clima, a las estaciones, nada. Miami me gustaba más, sobre todo porque es casi una exención de Colombia, por eso a los ocho meses me regresé".
A su regreso a Miami Carlos consiguió trabajo en la sastrería de un ciudadano italiano que estaba ubicada a pocas cuadras de Bal Harbour Mall, uno de los sectores de moda más exclusivos de la ciudad. Allí laboró por cerca de 14 años hasta que comenzó su odisea por la ciencia.
"Cuando entré a trabajar en este lugar llegué a ganar muy buen dinero y pude irme a vivir junto con mi esposa y mis hijos a un buen sitio. Eso me permitió conocer varios médicos, pues en el conjunto vivían muchos de esos profesionales, pues el edificio estaba ubicado a pocas millas del hospital Mount Sinai Medical Center, el principal de esa zona".
Carlos comenzó a entablar una gran amistad con dos especialistas: David Paniagua de Costa Rica y Francisco López Jiménez de México.
"La verdad nosotros nos reuníamos mucho, casi cada semana para un asado y tomarnos unas cervezas, pero ellos hablaban de sus cosas y sus investigaciones, pero por respeto nunca pregunté nada. Ellos con su ciencia y yo con la sastrería".
La vida de Carlos comenzó a cambiar cuando un día, mientras comían algo, David le contó que estaban intentando sacar una válvula del corazón de un cerdo, pero que no podían.
"Él me dijo que sabiendo que yo tenía tanta habilidad con las manos, que porque no les ayudaba a sacar la membrana de un corazón de cerdo. Así fue como comencé".
Ninguno de los dos médicos podía con el manejo de la materia, por eso fue justo ahí donde Carlos comprendió que toda esa facilidad con las manos que había desarrollado, primero en Manizales con sus dotes de artista joven, y luego con la sastrería en Bogotá, le servirían para entrar al selecto mundo la ciencia médica norteamericana.
"Ese reto me quitó todo el tiempo libre y me dediqué al proyecto. Tenía que tratar de duplicar esa válvula de cerdo. Era prácticamente sacar un molde de algo que no tenía ni si quiera milímetros de espesor. Al ver que no podía manipular esa membrana les dije a ellos (David y Francisco) que me dejaran modificarla. Tuve un tío que era peletero y con él aprendí algo sobre el tratamiento del cuero, no es lo mismo que una membrana de esas, pero sí tenía una idea".
En medio del ensayo y error, Carlos desarrolló lo que él llama, un remedo de válvula.
"Secaba eso al sol, en el microondas, en lo que fuera. Luego lo fuimos especializando con químicos y ahí probé que podría serles muy útil en el proyecto".
Después de eso Carlos ya no era un colaborador más, era un participante que entraba a jugar por partes iguales.
Este nuevo trabajo comenzó a ocupar casi el tiempo completo, lo que afectó seriamente sus ingresos, pues era poco el tiempo que entregaba a la sastrería.
"Ellos me dijeron que me pagaban por días para compensar lo que estaba dejando de ganar en la sastrería. Primero fueron dos días, luego cuatro, hasta que fue tiempo completo".
Para este momento, principios del año 2000, Carlos ya hacía parte de los grupos de trabajo y comenzó a frecuentar el laboratorio, entraba a los cateterismos y se familiarizaba cada vez más con el tema.
"No existían aparatos similares de cateterismo que hiciera lo que nosotros requeríamos, que era introducir la válvula, por eso yo cogía cuatro o cinco de esos aparatos que ya existían y comencé a modificarlos. Me iba para una ferretería a buscar cosas que me sirvieran para el propósito que tenía. En pocas palabras, ellos eran la ciencia y el conocimiento y yo la habilidad"
Este manizaleño dejó de ser un sastre consagrado a un científico con parte en un ambicioso proyecto médico.
Durante los años de trabajo otros dos investigadores más llegaron al proyecto. Primero fue Eduardo Induni y más adelante el cardiólogo David Fish.
"La patente la solicitamos en el años 2003 y el año pasado (2012) nos fue otorgada. Hace ya nueve años trabajamos en la Universidad de Texas donde nos dieron apoyo y un piso en el área científica".
Este es Carlos en el laboratorio de Houston al lado de dos compañeras.
Hoy Carlos Mejía, este sastre manizaleño que llegó a Estados Unidos con la intención de entrar en el selecto mundo de la moda masculina de ese país, hace parte de un grupo de científicos que desarrollaron la forma de implantar una válvula en el corazón de un ser humano con apenas una pequeña incisión.
Hasta ahora Carlos no está vistiendo hombres ilustres como sí lo hace el resto de su familia, pero seguro sus manos desarrollaron el dispositivo que salvará miles de vidas en todo el mundo.
"Cuando todo esto termine volveré a lo mio, porque yo nací sastre, crecí sastre y moriré siendo sastre".
En la actualidad para reemplazar una de las válvulas de un corazón enfermo, el paciente debe someterse a una cirugía de corazón abierto. Esta es una intervención de por lo menos 5 horas en que la persona debe permanecer cerca de cuatro días en una unidad de cuidados intensivos y por lo menos dos semanas internada en el hospital.
Con el desarrollo de la válvula en la que participó el Carlos Mejía, el paciente es operado por un incisión de cerca de dos centímetros que se hace en la pierna y tiene una recuperación de horas.
La primera válvula ya fue implantada a una paciente hace cerca de dos meses y según el manizaleño Carlos Mejía, evoluciona satisfactoriamente.
Esta es la válvula del corazón en la que trabajó el sastre manizaleño Carlos Mejía.
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