Cada vez que uno le echa una mirada al mundo lo ves más congestionado por todas partes. Si vamos al Medio y al Lejano Oriente, a pesar de que la situación se ha mejorado mucho, después de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y la dolorosa experiencia de millones de muertos por la bomba atómica que cayó sobre Hiroshima y Nagasaki, el hecho que más ha impactado a la humanidad en su historia, donde no quedó piedra sobre piedra, se pensó que la paz impuesta por los vencedores iba a traer una verdadera época de tranquilidad.
Pero qué lejos estamos de que esto sea realidad. La multitud de enfrentamientos bélicos, entre ellos el de Vietnam y el de las dos Coreas, que involucraron de nuevo al mundo entero, adicionados con una guerra fría con Rusia que nos tuvo en vilo durante largos y angustiosos años, hicieron que los nacidos a partir de los años treinta solo hayamos conocido la paz de los sepulcros.
Sin embargo, nada de estas experiencias nos ha servido para aprender a comportarnos como seres civilizados y, por el contrario, lo que antes eran guerras que involucraban continentes enteros, hoy se han convertido en enfrentamientos internos entre países hermanos, que no por tener una menor intensidad dejan de ser sangrientos, y en los que relativamente siendo menor el número de muertos y heridos, sus características de crueldad y el hecho de que suceden entre hermanos los hacen más repudiables. El mejor ejemplo de esta trágica época lo tenemos en Colombia, cuando por estúpidas argumentaciones politiqueras, nos dio por matarnos en la Guerra de los Mil Días, la que además de decenas de muertos nos dejó un país cercenado en su integridad física cuando tuvimos que entregar a USA -porque sí, o porque sí- una parte tan importante de nuestro suelo, que, como es Panamá, nos hubiera servido para ponernos a la cabeza de los países de América Latina conectando con nuestro propio canal los dos más importantes océanos, en lo que nos ganaron de mano los Estados Unidos.
Pero todo queda relegado dentro de la historia, cuando vemos la triste trayectoria de nuestra patria. Desde los tiempos de la Independencia nos hemos caracterizado por ser una raza diferente, que tiene enquistada en sus raíces una violencia maligna, hasta ahora imposible de erradicar. Ese terrorismo, que tiene una extraña facultad de supervivencia, cada vez que creemos que está siendo borrado del suelo, vuelve, como está sucediendo en estos momentos, a dar pruebas de su renacer con base en una espantosa y desalmada violencia. No hay justificación de ninguna clase para que los asesinos sigan masacrando descarnadamente a indefensos campesinos, sin siquiera hacer el menor intento de dejar por fuera de sus crueldades a los ancianos, las mujeres y sobre todo a los inocentes niños.
Estos abominables hechos que deberían habernos despertado del letargo, lo único cierto que han producido es que, fuera de los esfuerzos de las Fuerzas Armadas sacrificando sus vidas para enfrentar a los asesinos, la clase política se ha dedicado a enfrentarse en el Congreso con la Rama del Poder Judicial, pero no para poner orden y respeto sino para montar una verdadera feria de puestos, prebendas y falsas pensiones, cuando deberían estar, en estos momentos de tanto riesgo, promoviendo y colaborando con el Gobierno Nacional en un asunto vital para nuestro futuro como es la reforma al poder judicial. Desafortunadamente en Colombia a la justicia, el más importante bastión de una democracia, por donde la chucen le sale pus.
Vamos a ver si hoy tenemos nombrado en propiedad al nuevo Fiscal General de la Nación, y no caemos otra vez en el vergonzoso episodio promovido por un Sr. Arrubla, expresidente de la “Honorable Corte de Justicia”, quien con su sucia politiquería se dio las mañas para dilatar por más de un año quien lo reemplazara y poder perpetuarse en un puesto que por el mismo honor que representa, a él le quedaba demasiado grande.
Ya se vislumbra otro penoso choque de trenes dentro del mismo Gobierno y todo indica que se está enredando de nuevo este importante asunto.
Pero el mundo sigue girando y nosotros como borregos detrás de él. Quién sabe por dónde nos seguirá saltando la liebre hasta que, como dice la ranchera, de ese golpe ya no nos podamos levantar.
P.D.: Un intelectual es un individuo capaz de pensar por más de dos horas en algo que no sea sexo.
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