Todo atardecer esconde un sacudimiento emocional. ¿Qué dimensión espiritual tiene la tristeza al verificar que se colma el espacio de la vida, que la muerte abre sus fauces y el violáceo color de la tarde se convierte en el anticipo de un crespón funerario? Ese enclave de luces opacas, sirve para alimentar las introspecciones de quien enfrenta la agonía de los calendarios. El manizaleño Jaime Robledo Uribe, a quien Dios le tronchó el destino en primavera, solía decir: "vivir es un milagro; la muerte es lo natural". Así de simple.
Sin embargo, vivir es la gloria. Sentir trepidaciones recónditas, el torrente de la sangre que circula, el milagro de la luz que en la armonía de las cosas nos permite ver a Dios, percibir los aleteos del alma, resignarnos a la transitoriedad entre la nada antes de nacer y el indescifrable misterio de la eternidad. Son enjambres de cogitaciones que nos enclaustran en perplejidades. Es imponderable el júbilo de estar aquí, sobre la corteza de esta geografía. Todo es bello. El aire impalpable, el agua que fluye cantarina, la policromía de los paisajes, la escarcha de la mañana, la ternura silenciosa de los jardines, la profundidad secreta de la selva, el espíritu que se remonta y vuela, la vocación por la trascendencia, el corazón ¡ah, el corazón ingobernable!, son realidades, Dios, que nos permiten ensalzar tu grandeza.
Y envejecer. Es sabio quien sabe administrar con decoro la vespertina de la vida. Superar con resignación las limitaciones de los años, arropado por una llorona nostalgia. ¡Cómo se contemplan desde las colinas las hermosas praderas de la juventud, con sus fogosos impulsos primarios y sus demasías pasionales! Los años transforman las temperaturas. El alto voltaje de la adolescencia y sus encabritados desvíos pasan, cuando se desgajan los almanaques, a una retaguardia para degustar, bajo la sombra de las encinas, el lento proceso de la senectud.
Nada he escrito, aún, sobre los viejos verdes. Suscita tantas reflexiones este panorama que la imaginación, -la loca de casa-, se ha extraviado por vericuetos reflexivos.
Venía pensando en Tomás Cipriano de Mosquera, cinco veces presidente. Cuenta don Julio Holguín en su libro "21 años de vida colombiana" cómo el General, a los ochenta años, contrajo matrimonio con María Ignacia Arboleda. Por aquella época era más fácil viajar al Cauca por Panamá. De paso por esta ciudad, Mosquera compareció ante un notario para dejar constancia histórica sobre el embarazo de su esposa, y que el hijo que ya venía en camino era fruto legítimo de esa unión. Tenía como objeto su presencia en la oficina pública eliminar la sospecha de ser un anciano de cuernos adornados y su mujer coqueta y dadivosa. García Márquez en su pequeño libro "Memoria de mis putas tristes" hace una aflictiva crónica sobre el mundo decepcionante de un longevo verde, cercano a la centuria, con una virgen adolescente. "Lolita" es una desgarradora historia, escrita por Vladimir Nabokov, sobre el amor de un octogenario por una quinceañera. Esta novela, de estilo fulgurante, es de conmovedora intensidad emotiva. Henry Miller, autor de la novela "Trópico de Capricornio", ciego de un ojo y apagado el otro, en ruina física, escarbando el piso de la centuria, escribió un intenso epistolario a Brenda Venus, una morena de carnes lujuriosas. Viejo verde Hugh Hefner, fundador de la revista "Playboy" quien, convertido en un estropajo, se ha casado por tercera vez con una "lolita" de veinte. ¿Qué podrá hacer este decrépito, bajo el escondite de las sábanas, ante los acosos sexuales de la púber, inventora de cabriolas para desfogar el represado volcán de sus pasiones? Viejo verde Il Cavalieri Silvio Berlusconi, el Creso de Italia. Produce envidia su desaforado apetito por las féminas hermosas. Además de sus dos esposas descartadas y una tropa de fértiles mozuelas, ahora, a los 70 años, prepara nuevas nupcias con una celestial chiquilla, de ojos negros absortos, boca de miel y cuerpo con temperatura de pecado mortal. Berlusconi es un sátiro animoso, exquisito para degustar bocattos di cardinali.
¡Señor! ¡Cómo tiraniza, hasta la tumba, tu sexto mandamiento!
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