Es una labor olfativa actuar como casandras. Sostener, por ejemplo, que están agónicos los partidos, que feneció la disciplina política, y que -paradójicamente, como lo sostenía Álvaro Gómez Hurtado- las ideas conservadoras gobiernan al mundo, pero en Colombia, hay poco Partido Conservador. Mas aún. El escenario electoral presenta unas beligerantes ideologías bicornes. Irremediablemente los venideros enfrentamientos tendrán arrugadas palabras antagónicas: uribismo y santismo. En esos extremos agresivos queda fijado nuestro actual sino histórico.
Se enfilarán con el señor Uribe las migajas supérstites del Partido de la U, el Nuevo Centro Democrático que él lidera y medio Partido Conservador.
Con las banderas santistas, actuarán el bloque mayoritario del Partido de la U, el Partido Liberal, Cambio Radical, medio Partido Conservador y, posiblemente, los movimientos indígenas. Con tempestuosos avances de cangrejo (Polo Democrático, Progresistas y los que se autobautizaron como Patriotas) tendrán su candidato mamerto.
Estarán con Uribe los que proyectan una imagen napoleónica del poder. Con Santos militarán los demócratas, los antipolarizantes, los que hacen del gobierno una amable disciplina de relación social. Todos actuarán en legítima defensa.
A Uribe lo acorrala un repulsivo circuito judicial. Un hermano reiteradamente señalado como procreador de grupos de autodefensas; un primo suyo -exsenador- engrillado en La Picota; sus hijos inmersos en negociados sospechosos; dos de sus ministros inevitablemente terminarán en los panópticos por cohechadores; dos secretarios generales de Palacio, llamados a responder por sus maldades; un ministro meloso con los ricos, acusado gravemente por sus venales compincherías; el Alto Comisionado de Paz escondido en los Estados Unidos, enjuiciado por múltiples defraudaciones; un director del DAS nombrado mas tarde Cónsul en Milán (Italia) con detención intramural, purgando homicidios agravados; quien ostentó el mismo cargo, ocultada en Panamá para evadir los requerimientos de las magistraturas; su compadre designado por él Director Nacional de Notariado y Registro, hoy encerrado en una mazmorra por improbidades en el cargo que desempeñaba; una sobrina ya detenida, solicitada en extradición por narcotraficante; y su jefe de seguridad, un bandido, ahora ante las cortes americanas. ¿Quién ante ese vehemente retablo criminal no busca liberarse del cerco que lo asfixia? Por vía electoral pretende estrangular el poder inerme de los jueces que, por fortuna, están judicializando esa gavilla de rufianes.
¿Quiénes conforman la vanguardia de Juan Manuel Santos? La gente honesta del país. Los que carecen de enredos en los estrados. Los que no se tienen que escampar de los aguaceros que se filtran por entre los intersticios del Código Penal. Los que no son pillos. Los que no se creen Zeus todopoderosos. Los que no son mesiánicos. Los que están hastiados con una guerra de más de cincuenta años y quieren la paz. Los que gritan: no más plomo. Los que dialogan. Los que manejan un lenguaje tranquilo sin esbozos apocalípticos. Los que siembran esperanzas y optimismos en contraposición de los que incitan rebeldías contra un gobierno legítimo. Los que no comparten las brutalidades del terrorismo, utilizado ahora como falsa bandera para acorralar al ejecutivo. Montan guardia vigilante en torno del Presidente Santos los que no son vengativos y rabiosos, los que no vociferan y denigran, los que no se desgañitan demandando la muerte como recurso de exterminio.
Nos encontramos frente a posiciones opuestas ante las cuales no podemos ser neutrales. Es ilusorio pensar en un candidato distinto a Santos en la venidera contienda presidencial. De la conejera uribista brincará un pelele comprometido a que el gobierno real lo ejerza otro, detrás de bastidores. Así lo predijo uno de sus áulicos. Ese hipotético mandatario salido de los cuarteles del despecho, sería un maniquí de burlas, desvalido amanuense de un Virrey que se cree el ombligo del universo. Con un encargo constitucional concreto: permitir la reelección indefinida. En esa ilusoria Carta Magna se incorporaría la figura del paredón para eliminar los adversarios.
En síntesis, estamos frente a una derecha guerrerista, altanera, arrogante, excluyente y belicosa. En la otra orilla, se escucha un mensaje de democracia plena, sin aires imperiales. Allá la caverna. Aquí la reconciliación de todos los colombianos.
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