Parece que el Sr. Petro al fin se salió con la suya, al menos mientras le dura el tiempo para el cual fue elegido como alcalde de Bogotá, con su absurda determinación de acabar con las corridas de toros en esa ciudad. Cada vez nos convencemos más de los errores protuberantes que por ignorancia y demagogia comete el Alcalde en su afán por demostrar una falsa superioridad, porque desafortunadamente le queda muy difícil proyectar una imagen positiva cuando hasta para dárselas de catón se necesita algo de materia gris.

Desde que tomó posesión como primera autoridad de una ciudad de la importancia de nuestra capital, y después de la equivocación que cometieron, no digamos los bogotanos, porque esta es una ciudad de todos los colombianos, al favorecerlo con una alta votación, teniendo candidatos excelentes como Enrique Peñalosa, cuyas capacidades y conocimientos son reconocidas internacionalmente al ser llamado con frecuencia por metrópolis de todo el mundo para que les sirva de asesor en el grave problema de la movilidad del que sufren todas las grandes ciudades, el país se dio cuenta de la metida de patas y del futuro incierto que le esperaba a Bogotá.

El caso más notorio ha sido la total indecisión en que se encuentra con la definición del tipo de transporte que debe haber en Bogotá. Primero, y sin pensarlo dos veces -lo que tal vez hubiera sido peor- habló y despotricó del sistema Transmilenio sin algún fundamento técnico, proponiendo cambios por doquier en la rutas, sin estudios claros que habrían evitado el caos que se está viviendo. Al darse cuenta, todo dentro de la improvisación, que existían otros sistemas que podrían reemplazar a los buses, lanzó con la buena idea del metro por la Carrera 7 regresando por la Calle 127, la cual fue modificada luego por la Calle 170. Ahora nadie sabe cuál va a ser la ruta final de retorno. También habló de un tren ligero, que puede ser conveniente para ciudades pequeñas y con menor congestión que Bogotá, pero que sería un mayúsculo error ponerlo en funcionamiento por la Séptima, porque su capacidad de transporte es muy reducida para las necesidades de esta ancestral vía.

La solución de cables aéreos para los barrios periféricos que se enclavan en los cerros que bordean la ciudad es sin duda la solución óptima para alimentar el sistema urbano, porque el espacio que ocupan es muy reducido, su contaminación ambiental y auditiva es mínima, y sus costos son mucho menores que los de cualquier otro sistema. ¡Ah! y el tiempo de construcción se calcula en 15 meses para un sistema para 40 mil pasajeros diarios, como los que están en funcionamiento con tanto éxito en Medellín.

Pues bien, me he metido en esta camisa de once varas para resaltar que un alcalde como Petro puede acabar en varias formas con una ciudad. Como prohibir en forma arbitraria una diversión tan arraigada en el sentimiento íntimo y ancestral de sus habitantes durante muchos años. Lo que está haciendo al pretender prohibir la fiesta brava en una ciudad taurina por excelencia, y con una inmensa cantidad de personas cuyo trabajo depende de las temporadas taurinas para subsistir, así sea en forma precaria, con festejos reconocidos como una distracción sana, es una clara demostración de demagogia barata. La libertad de un ciudadano consiste no solamente en que lo dejen salir a gritar en las calles y las plazas públicas en pro o en contra de lo que le guste o disguste; como decía Benito Juárez, "el respeto al derecho ajeno es la paz", y esto es lo que más estamos ambicionando tener los colombianos, por encima de demagogias baratas y seudorevolucionarias como las que intenta implantar el miembro del M-19.

P.D.: Huye de las tentaciones, pero despacio para que puedan alcanzarte.