No nos digamos mentiras: criticar a los libros de superación se ha vuelto un lugar común. Pese a los títulos estrambóticos ("El monje que vendió su Ferrari", vi el otro día en el supermercado), a que no dicen más que obviedades, y a que los escritores se han llenado los bolsillos de dinero a costa de los ingenuos compradores, criticarlos –o mejor: burlarse de ellos– se ha convertido en una fórmula trillada de demostrar "inteligencia". Y aunque a mí, lo acepto, a veces me indigna que la gente coma cuento de tanta perogrullada, otras lo pienso mejor y me digo que en el fondo muchas cosas, muchos libros, muchas situaciones, son de superación: al final cada quién busca la suya. En serio: incluso el que se siente tan rebelde leyendo a Bukowski (ah, la rebeldía, otra pose efectiva), quizás no hace más que pensar en que mandando todo a la mierda podrá salir del fango.
En fin, son teorías. Y como supongo que todos tenemos nuestros libros de superación, yo quise hacerle un homenaje al mío, que en realidad no es un texto de título llamativo sino una vieja película: Rocky. No sé si la recuerden, pero los que nacimos en la década del ochenta y de ahí para atrás seguro que sí: la cinta narra la vida de un mítico boxeador (creado e interpretado por Sylvester Stallone, a quien sólo por inventar ese personaje lo absuelvo del resto de sus pésimas producciones) que empieza desde abajo y a punta de trabajo y pulso llega a la cima. Suena obvio, lo sé, y tal vez en el fondo lo sea, pero eso no quita que la película –estrenada en 1976 y ganadora de tres premios Óscar, entre ellos el de mejor cinta –, y sus cinco secuelas hayan sido un éxito.
Sí, lo sé, lo sabemos: Rocky tiene todo para ser un libro de superación: un personaje inocente pero lleno de voluntad que no se cuestiona demasiado y demuestra que a pesar de las limitaciones surgir es posible; una vida trágica que incluye la muerte de su mánager y mejor amigo en pleno ejercicio del oficio (Mickey y Apollo Creed); un hijo al que adora pero que se sentirá opacado por el éxito de su padre, y una cantidad de obstáculos más que debe sortear acompañado por la fabulosa canción de Bill Conti, Gonna Fly now, el himno, el momento culmen de la cinta. Todo es muy obvio, muy explícito (y eso que no hemos hablado del nacionalismo y de los roces políticos entre el capitalismo y el comunismo, clarísimos en la cuarta entrega), pero quizás es ahí donde radica su encanto: en que todos necesitamos, a veces, que nos den palmaditas en la espalda para seguir adelante.
No sé, quizás todo esto suene también muy trillado, así que mejor lo dejo aquí con una frase de la última entrega, la sexta, que hizo un Stallone casi irreconocible por culpa de tantos esteroides en el cuerpo. La película es tan buena como las demás y la escena de la conversación con su hijo es el momento más alto de la superación: "El mundo no es sólo arco iris y amaneceres; es un lugar malo y asqueroso y no importa lo duro que seas, te golpeará y te pondrá de rodillas y ahí te dejará si se lo permites. Ni tú ni nadie golpeará tan fuerte como la vida. Pero no se trata de lo fuerte que puedas golpear; se trata de lo fuerte que puedan golpearte y seguir adelante".
Knock-out.
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