Aunque habría preferido encontrarme con resultados diferentes, en materia económica las cifras de Chávez son contundentes: desde 1999, el ingreso per cápita (en dólares corrientes) en Venezuela pasó de US$ 4.109 a US$ 10.810, la pobreza extrema se redujo de 23,4% a 8,5%, el desempleo pasó de 14,5% a 7,6%, y las exportaciones de crudo crecieron de US$ 14,4 billones a US$ 60 billones (Fuente: Banco Mundial).
Lo anterior muestra por qué Chávez cuenta con el apoyo del pueblo venezolano incluso después de haber manoseado las instituciones de su país a tal punto que acabó con la inversión privada y aniquiló la base productiva de la economía venezolana. Hoy, y a pesar de que el único sustento económico con el que cuenta Venezuela es el de los petro-dólares, el mensaje es más que claro: el populismo paga, y paga bien. Y los políticos lo saben. Lo sabe Santos y por eso decidió regalar 100 mil viviendas, subir el salario mínimo por encima de lo que era técnicamente recomendable (por segunda ocasión), y ceder frente a proyectos y reformas necesarios para el país cuando se vio enfrentado a situaciones de tensión. Pero también lo sabe Petro. Y sobre este último, además de su cercanía con las doctrinas chavistas, preocupa bastante lo que está dispuesto a hacer para dar de que hablar en los comisos del 2014. Ya con las basuras demostró que a todo es capaz con tal de ganar votos, porque aunque mal le salió el tiro, en su afán por sumar los de los 14 mil recicladores y allegados que hay en Bogotá quedó claro cuán atrevido puede eventualmente ser.
Al igual que lo fue Chávez, Petro es una gran amenaza para la democracia colombiana. Equivocados están los que piensan que sus índices de desfavorabilidad entre la élite bogotana terminarán por sepultarlo en sus aspiraciones presidenciales. Con dos o tres jugadas populistas que a buen fin pueda llevar y con la división de la Unidad Nacional de la que para entonces no quedará más que un nombre, el escenario quedará servido en bandeja de plata para que Petro articule un discurso al mejor estilo chavista, se apalanque en la división que generarán los demás candidatos (incluido Santos) y garantice, al menos la segunda vuelta. Ya cuenta con los votos de los recicladores, de los estratos bajos a los que mensualmente les obsequia el agua, de los usuarios de Transmilenio a quienes subsidia la tarifa, etc. Pero, sin lugar a duda, lo más grave es que cuenta con los votos de las Farc, el Eln y todos aquellos sobre los que éstos últimos ejercen influencia.
A Petro no se le puede ver como el alcalde de Bogotá; Petro es hoy por hoy un candidato presidencial con chequera, una amenaza para la democracia y una oportunidad para la guerrilla, que, dicho sea de paso, también quedó lista para iniciar su carrera política con el favor que le hizo Santos al impulsar su participación en la política colombiana bajo el Marco Legal para la Paz. Y muerto Chávez, ¿Quién mejor que Petro para representar los ideales de estos grupos armados?
Preocupa lo que hizo Chávez en Venezuela, pero también preocupa el peligro que corre Colombia con Petro. Ya una vez demostró que a punta de mentiras, falacias y falsas promesas se ganan las elecciones. Así ocurrió en Bogotá, y también en Venezuela, porque así es la democracia. Ojo con Petro.
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