Llegó a decir Simón Bolívar -seguramente con vehemente insistencia- que se debe fundar la democracia en la educación como poder moral. Y este lema me ha servido, digamos, como inspiración para sostener -digamos con febril y apasionado sentimiento- que cada uno de nosotros tenemos un mandato moral que cumplir: ser mejores ciudadanos y dejar el lugar que habitamos mejor de lo que lo encontramos.
Y una de las maneras de ser mejores seres humanos, es tomar conciencia del número de habitantes que vivimos en este planeta. En 1987, éramos cinco mil millones de personas; en 1999, exactamente el 12 de octubre, se celebró el Día de los seis mil millones. Y hoy, 12 de julio del 2013 -no lo sé con precisión- la cifra alcanza más de los 7 mil millones. Según datos de la ONU, cada minuto nacen entre 300 y 358 bebés en todo el mundo. Y éste es el llamado que hace el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Pnud, desde 1989 (a propósito de la declaración del Día mundial de la población que se celebró ayer 11 de julio): tomar conciencia de las temáticas globales demográficas y las implicaciones que esto tiene.
El asumir las consecuencias en este asunto, conlleva pensar que para que los seres humanos nos desarrollemos de manera adecuada, requerimos espacios y recursos naturales, sin dejar de mencionar condiciones de equidad, justicia, libertad, solidaridad, inclusión, trabajo digno… (para no mencionar factores vitales como salubridad, agua potable, educación…).
Salió en este diario, el día de ayer, un informe en el que Profamilia y el Fondo de población de las Naciones Unidas, aseguraron que "de las más de 600 millones de niñas embarazadas en el mundo, hay 500 millones que viven en países que están en condiciones de desarrollo". Esta cifra, por supuesto, es alarmante, puesto que se pone en riesgo no solo la salud de las madres y sus hijos, lo que de por sí es muy grave, sino también la salud de la democracia, es decir, de las condiciones mínimas para tener una sociedad sana. En estas circunstancias no es fácil hablar de desarrollo, salvo que lo único que pretendamos sea la perpetuación de un statu quo que con su modelo económico lo que hace es azotar las esperanzas y sueños de los ciudadanos, para no decir que acabar con sus vidas poco a poco.
Sin embargo, quizás por eso mismo, se convierta en un motivo sólido para que pensemos, todos, en cómo reducir sustancialmente la tasa de natalidad, así como en detener la contaminación ambiental, incluyendo el cuidado de los recursos naturales, incrementar la producción de alimentos, buscar mejores formas de la redistribución de la riqueza, un mayor acceso a la educación y crear políticas de bien estar.
¿Será mucho pedirle al capital? De pronto no, si lo hacemos pensando en el simple cuidado de nosotros mismos y de quienes nos suceden.
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