“Steatornis caripensis”. Con estas dos palabras, la primera de las cuales representa el género y la segunda la especie, lo distinguen en todo el mundo de la ciencia. En castellano lo conocemos como guácharo o pájaro de las cavernas. Lo descubrió y clasificó el sabio Humboldt en su “Viaje a las regiones equinocciales!, a finales del siglo XVIII, exactamente en 1799, poco antes de entrar a Colombia remontando el Orinoco y fue en una cueva de Caripe, en Venezuela, de donde le viene el nombre de la especie.
Ave aceitosa u oleosa de Caripe, eso viene a significar el nombre en castellano. Pertenece a las Caprimulgiformes. Los nombres científicos de plantas y animales nunca han sido fáciles y algunos definitivamente parecen haber sido inventados para desafiar la imaginación. De la Internet precisamente copio para tormento de los lectores que las aves caprimulgiformes se dividen en cinco familias, de las cuales la primera son las Steatornidae o guácharos; la segunda son las Podargidae que son los pájaros llamados podargos; la tercera las Nictibiidae que son los pájaros llamados urutaúes; la cuarta, las Caprimulgidae llamadas comúnmente chotacabras y la quinta son las Aegotalidae o egotelos.
¡Vaya erudición, la de la Internet! (Lo sabe todo).
Los guácharos son aves nocturnas, se alimentan de frutos (frugívoras) y se orientan por una especie de radar. De ello hablaremos más adelante.
En Colombia hay guácharos en muchas cuevas, pero las aves de mi relato se encuentran en el denominado Parque Nacional Natural de la Cueva de los Guácharos del departamento del Huila.
Con esta era mi segunda visita al Parque. La primera ocurrió en 1978. ¡Cómo pasa el tiempo, cómo se desliza casi sin darnos cuenta hasta que nos damos cuenta! El tiempo es cruel, a las mujeres les aumenta (¡) los años y las arrugas, por más que ellas quieran disimularlos; a los hombres nos va quitando la fuerza y las habilidades y nos va encorvando; es que la tierra atrae mucho y a todos nos obliga después de los cuarenta a las revisiones médicas anuales para prevenir aquellas y otras enfermedades. El tiempo es un verdugo. Pero no todo es malo, los años traen también cosas maravillosas, como la calma, la sensatez y el saber gozar más profunda y sabiamente de las cosas de la vida. Los dos más bellos pensamientos que conozco sobre el tiempo son estos. “Perder el tiempo es matar la eternidad”. Lo decía Henry David Thoreau. Y en Egipto oí esta bellísima sentencia: “El hombre teme al tiempo y el tiempo teme a las pirámides”.
Pero volvamos a nuestros pájaros. Al actual director del Parque Cueva de los Guácharos, Italo Rodríguez, lo conocí precisamente en 1978, pero en otro Parque, el del Tuparro. Allá era el segundo de a bordo. Allá precisamente un día estaban haciendo un recorrido de vigilancia por el Parque y unos indios venezolanos los atacaron con flechas, al mejor estilo del Oeste americano, mataron a un funcionario y dejaron al director herido. Italo es uno de los mejores directores que tiene la entidad que dirige nuestros Parques Nacionales.
Mi primer viaje a los Guácharos lo hice entrando por la vereda de San Adolfo perteneciente al municipio de Acevedo. De ese viaje tengo el recuerdo imperecedero, cosido en los pliegues de mi alma, del recorrido por un caminito de monte, por un bosque de árboles altísimos, de unos árboles que solo se encuentran en Colombia y que son los Trigonobalanus o mejor los Colombobalanus. Recordando ese camino me parece sentir y gozar todavía de los olores frescos y húmedos del entorno silvestre. Ahora que volvía al Parque esperaba revivir estas emociones.
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