En todos los hemisferios del mundo se están presenciando manifestaciones populares cada vez más peligrosas, porque ya no son hambreados los que protestan. A las calles y a las plazas están saliendo los integrantes de una clase media ya ilustrada, que con razones y fuerza, exigen participar de los beneficios de la riqueza nacional que consideran injustamente repartida. Los medios de comunicación ilustran con exceso de detalles lo que ocurre en el mundo.
Colombia no se escapa de estos acontecimientos. Aquí también el ambiente ha empezado a agitarse y con muertos en su haber. Esta nación se ha enriquecido. Su producción nacional, PIB, que en 1999 era así como de 250 mil millones de dólares o menos, en la actualidad supera los 450 mil millones. Con el agravante de que en estos nuestros lares, el reparto es uno de los más desiguales del mundo. Cuando se sale de la pobreza se ingresa a la clase media. ¡Y quién creyera!, allí las exigencias y las protestas son más demandantes, duras y peligrosas. Si no son atendidas a tiempo y con justicia, tumban gobiernos y presidentes.
En Colombia, ese ascenso social, de pobreza a clase media, apenas se ha iniciado con fuerza, durante los dos últimos gobiernos. Todavía existe pobreza en tránsito. Aquí esta clase de manifestaciones se inician y llevan consigo la evidencia de inmensa injusticia. La que está en vigor, y la renovada por los cafeteros y en general por todas las agremiaciones rurales, anunciada en momentos en que esta columna se escribe, tienen más o menos una causa vertebral: el abandono ancestral del Estado. No tanto del presidente como algunos piensan. La injusticia social salta a la vista. Para nadie es aceptable que en el Catatumbo, una región potencialmente rica en petróleo y en cultivos agrícolas industrializados, campesinos tengan como única alternativa de trabajo y vida, el deshoje de la coca.
El presidente es un convencido de los acuerdos comerciales y los está promoviendo a diestra y siniestra. Al estar de acuerdo con este proceso, uno diría que es mejor bajar un poco el frenesí. El país productor está empezando a mostrar su atraso competitivo. La competencia importada marchita su industria y el campo agrario se muere. Sus dolientes productores, exigen al gobierno una tabla de salvación, para no desaparecer.
Para lograrla aprendieron de los transportadores, también justicieros, que un paro nacional y adornado con bloqueos viales, achican el gobierno. Los cafeteros aprendieron la lección. Solo marchas y bloqueos lograron convencer al presidente, después de mucho insistir, que los precios de venta de su producto son muy inferiores al costo de producción. Así lograron un subsidio técnico equivalente, mientras las condiciones actuales subsistan.
Para esto no se requería el riesgo de la perturbación del orden público. Los subsidios son del caso, en todas partes, incluyendo a los países más ricos. No deben ser eternos. Tienen que obedecer a planes y programas que alivien técnicamente una situación.
El libre comercio, además de los beneficios aportados a los consumidores, trae consigo un acicate para bajar los costos de la producción y la expansión de la tecnología. En el caso del café esto es prioritario. Es el más importante producto agrícola y el mayor aglutinante social. El gerente de la Federación lo está haciendo bien, renovando cafetos, impulsando variedades antiroya, estimulando la alta calidad. Falta regresar a la promoción del café ciento por ciento colombiano, con la comercialización de Juan Valdez.
La solución no es estrellarse contra la realidad cambiaria. La revaluación indica un país fuerte y en progreso. La devaluación, una economía débil y en crisis. Nadie ha podido contra esta ecuación. Los intentos brasileños tuvieron que ser revocados.
Como le dijera a este columnista, en Londres, un representante del Brasil: Los colombianos se equivocan, el café brasileño es para los supermercados y el colombiano, para las delicatessen. No para mezclas. Una comercialización concordante es lo debido.
La crisis del café es solo un botón. La mayoría de la producción colombiana está en las mismas. Como también las exigencias sociales cada vez más ilustradas.
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