Al hacer un análisis de los sistemas educativos del mundo más consolidados en términos de resultados, encontramos que todos tienen unos factores programáticos de éxito intencionalmente definidos; en ese análisis también, hemos podido concluir que existe un factor común a todos esos sistemas educativos y es precisamente la calidad de sus maestros; este factor se complementa en algunos casos, con las importantes asignaciones presupuestales, con la definición de proyectos pedagógicos exitosos en otras latitudes, con una elevada cultura de movilización ciudadana y civil que ha hecho de la educación un asunto de todos, con la apuesta política del alto gobierno por los intereses de la educación, con largos tiempos de permanencia de los niños en la escuela y con el número de estudiantes por grupo en otras; en todo caso, por diversos que sean esos factores, en todas partes del mundo está demostrado que "buenos maestros es lo único que funciona".
Ya nos hemos referido en algunos artículos anteriores a la inmensa preocupación que en este sentido nos causa el actual sistema de vinculación, que en Colombia se hace de los maestros que ingresan a la carrera y que está regulado por el decreto ley 1278, con el cual se permitió que profesionales de cualquier disciplina puedan acceder a la carrera docente sin demostrar su idoneidad en la ciencia fundamental de la escuela, como lo es la pedagogía.
Con estos dos antecedentes, quiero referirme a la calidad del desempeño profesional de los licenciados en educación que egresan de los programas de pregrado de nuestras facultades de educación, porque a decir verdad, si exigimos que los "profes" que lleguen a la escuela sean buenos y tengan una formación pedagógica sólida, lógicamente tenemos la responsabilidad de verificar que su desempeño compruebe la debida preparación en su formación; en este sentido, debo decir que al observar la práctica de estos licenciados me deja muy tranquilo el nivel de su formación académica en sus diversas áreas y disciplinas, es decir, en términos generales han desarrollado sus competencias cognoscitivas y dan buena cuenta de los contenidos curriculares; no obstante, me preocupan los niveles de su formación en tres aspectos básicos: el primero es precisamente el pedagógico, parece que en los programas se hace mucho énfasis en los contenidos curriculares de las áreas básicas y que la formación pedagógica es complementaria, por eso exhiben en el momento de su desempeño deficiencias en la fundamentación pedagógica, en la planeación de diseños curriculares, en la implementación didáctica y, un hecho, muy notorio en la administración de los procesos evaluativos. El segundo aspecto que observo con preocupación es la formación política de los nuevos maestros, la misión de la escuela es fundamentalmente política, por ello, la docencia no es un oficio o un empleo, es una vocación; quien decide hacerse maestro, opta por una formación que va mucho más allá de una simple carrera, se decide por una profesión que modifica su vida misma, "yo me hago maestro y vivo como maestro"; en el desempeño de estos licenciados es muy notorio, en rasgos generales, que han sido formados para trabajar con las habilidades cognoscitivas de su área específica, y pero, a veces no es visible su formación como maestros, que es precisamente la que tendría que hacer la diferencia misional. Y, por último, observo dificultades en competencias básicas como la comunicación, la iniciativa y la capacidad de relación con los actores de la escuela, me refiero a las dificultades para mantener una comunicación asertiva y formativa con los estudiantes, a la ausencia de propuestas diferenciadoras, toda vez que ellos emergen con las nuevas teorías y tendencias curriculares y didácticas.
Si está demostrado que el gran factor común, diferenciador para alcanzar la calidad de la educación son los maestros, yo me pregunto: ¿por qué en Colombia no le apostamos siquiera al óptimo desarrollo de éste? Me dirían algunos, y ¿Cómo?... Al fortalecer las escuelas normales como responsables de la formación inicial de los maestros, al mejorar sus condiciones laborales para hacer que muchos quieran serlo y, en consecuencia, se eleven las exigencias procedimentales de selección que demuestren la capacidad pedagógica en la formación académica de los aspirantes; estoy convencido de que lograríamos con solo eso, un gran impacto en la calidad de nuestro sistema educativo; pienso además, que la presentación de una propuesta tendiente a dignificar la profesión docente, sería un tema que podríamos mirar, en detalle, en una próxima comunicación.
Dejo, también, estas reflexiones a los gestores de las facultades de educación de nuestras universidades, para que se analicen, se estudien y se debatan, es decir, para que estos temas se programen en ese foro abierto y democrático que indefectiblemente debe garantizar la filosofía misma de la universidad.
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