Me acordé hace poco de Carmen Ordónez y un texto que escribió Antonio Caballero en 2004, cuando a ella la encontraron muerta en la tina de su casa. ¿Que quién era Carmen Cayetana Ordóñez? Pues era Carmen Cayetana Ordóñez. Su sola existencia la justificaba, y su mayor logro fue el ser descendiente de un linaje de toreros. Fue la querida de la prensa del corazón de España, por sus romances, alcoholismo y escándalos. Cero talento y una belleza tallada por el cigarrillo, las líneas de cocaína, las pastillas para dormir y el sol de Marbella.
Cuando viví en España todo el mundo sabía de Carmen Ordóñez, y era tema obligado en los programas de la tarde. Al regresar a Colombia y la mencionaba, la gente me miraba como si hablara de marcianos (a Antonio Caballero le pasó igual). En cambio me hablaban de Jáider Villa; en todo lado era Jáider Villa. Inicialmente pensé que era un político en campaña, pero era alguien más importante: era un Protagonista de Novela.
El domingo fui uno de los millones de colombianos que se pegaron a las pantallas para seguir los realities nacionales. Yo sumé audiencia. Rating. El rumor, porque en estos programas solo corren rumores, era que algo grande iba a suceder, y me trasnoché para ver a Los Costeños del Desafío 2012 hacer trampa y admitirlo en pantalla. Para ver al sacerdote del equipo justificarla y a los tramposos ser castigados sobre puntillas, bajo el sol ardiente y con un yugo sobre los hombros. Parecían Dimas y Gestas, los ladrones que acompañaron a Jesucristo en el Gólgota; rezaban y pedían perdón.
Me trasnoché para ver en Protagonistas de nuestra tele a una niña agarrarse de las mechas con un homosexual alharacudo. "¡Maldita tuerta!", rebuznaba uno, y la otra respondía "travesti de pueblo". Luego lloraban, todos lloraban. Hasta ese día no le había prestado atención al programa, pero en lo poco que había visto nunca los vi actuar o estudiar, pero sí berrear por todo, como si se hubiera muerto alguien importante o les dijeran que la mamá se les va a morir de cáncer en cuestión de horas.
El domingo vi cómo Margarita Rosa de Francisco, y después Andrea Serna, daban cátedra de lo ético y lo moral. Sobre el ejemplo que esas ratas de laboratorio, que corren detrás de un botín millonario o un contrato con un canal privado, le estaban dando al país. Y luego repetían las imágenes de las trampas y las agresiones hasta el cansancio -en noticieros, programas de farándula e internet- como para asegurarse de que todos -los 22,8% de colombianos (según el portal ratingcolombia.com) que vieron a Elianis ser expulsada de manera escandalosa- quedáramos bien empapados de qué tan bajo habían caído. Y lo que les falta por descender.
No los vi por creer que estos programas y sus concursantes son un reflejo de Colombia, a pesar de que el expresidente Álvaro Uribe use el mismo vocabulario del histérico de Óscar, o que el ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón se la pase haciendo cara de amenazado por convivencia. Lo vi por morbo. Por ese interés malsano por acontecimientos desagradables. Por saber que estoy mejor que esas vanidades; de esas pornoagonías de nuestra tele.
Como mencioné antes, me acordé de Carmen Ordóñez cuando empezaron a hablar de Óscar, Elianis y los costeños tramposos. ¿Y quiénes son ellos? Unos personajes que, como la Ordóñez, se deben a los medios, a lo escandalosos que puedan ser para llamar la atención y darles la exclusividad de meterse en sus vidas. De lo contrario, no existirían.
Por lo menos yo ya los maté. Cuando salen en pantalla, cambio de canal o apago el televisor. Lo último que necesito es que los canales Caracol y RCN me den clases de ética y moral cuando la Contraloría General de la República imputó cargos de responsabilidad fiscal contra cinco Comisionados de Televisión por un presunto daño patrimonial (por valor de $89.139 millones), generado en el caso de la prórroga de los contratos de concesión con estos canales privados. Andrea, Mencha, ¿qué tienen qué decir?
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