Una ausencia del país y varios días en una clínica me ausentaron de esta columna.
Qué ha estado aconteciendo con el escandalazo de las pensiones de quienes integran la justicia colombiana, encabezado por los más altos magistrados y sus cortes, y en unión de congresistas adictos, un todo que se parecen a un despeje lento pero continuado del retrato de Dorian Gray, espejo terrible de la corrupción del mundo.
Ha sido algo planeado y dirigido por manos maestras de parlamentarios y magistrados de las diversas cortes, planeado durante los períodos necesarios, para mediante leyes y decretos se pudiera armar un asalto a las arcas estatales, el más grande que se haya perpetrado en todo el mundo. Pensiones de jubilación previamente amparadas por un contubernio de políticos parlamentarios, hacedores de leyes y la cumbre de cortes judiciales que le dan vida legal. Todo bajo la sombra ingenua de los ciudadanos colombianos.
Las pensiones colombianas se instalaron en el país con el criterio de destinar unos ahorros que a través de los años, construyeran un fondo que garantizaría a los aportantes, una vida digna cuando llegaran a una edad, sesenta años, que los obligara a suspender sus actividades laborales.
Era una concepción digna, lejos del sistema montado para sí, por los parlamentarios y magistrados en vergonzosa manguala, que les permite pagarse hasta más de treinta millones mensuales, sin un aporte o como máximo un treinta por ciento, los más honestos. La diferencia va contra las arcas oficiales, o sea contra la humanidad colombiana, la mayor parte sin pensión alguna. Los más afortunados, de tres millones al mes.
Esta aberrante situación fue demandada pidiendo que a partir de la sentencia que se supone quedará en firme, todas las mesadas incluyendo las anteriores al Acto Legislativo 001 de 2005 no podrán superar los 25 salarios mínimos, casi 15 millones.
Pero quién dijo miedo. Todos los magistrados y congresistas con jubilaciones en la mano y aquellos en víspera de jubilarse, o con expectativas de alguna trampa, algo muy conocido en ese mundo perverso del carrusel, donde decretan pensiones turbias, salieron en masa y a campo traviesa a defender ese esperpento.
El periódico El Tiempo del 30 de enero tiene una interesante y detallada página en la que relata y descubre este engendro maligno, donde, para vergüenza de nuestra patria, hacen parte personajes hasta ahora considerados símbolos de la ética, defendiendo a muerte la legalidad construida a propósito, en ese mundo indigno. El oír y ver a estos ejemplos de la pulcritud, en esta farándula nefasta, su cabello en desgreño, manoteando con códigos al aire, cara descompuesta, produce un dolor de patria muy grande.
El debate producido por la demanda de esta revisión, nada va a producir. Será fallada por los mismos implicados, todos con sus buenas pensiones en la mano, una legislación auto producida a su amaño y una crisis fiscal de tamaño colosal ad portas.
La justicia colombiana siempre ha sido un desastre. Varios gobiernos recientes han tratado de corregirla y ponerla al día pero han fracasado. Tienen que contar con quienes disponen y gozan de este fortín impenetrable, y hasta allí llegan.
Varias encuestas se han hecho a nivel internacional sobre lo que opinan sus habitantes de su justicia, y la colombiana siempre ocupa lugares despreciables.
Colombia es un país violento, con una corrupción que diariamente se esparce como una mancha pútrida impenetrable, una impunidad que supera todos los récords continentales y una injusticia social sin igual, que le importa un bledo a todo el mundo, especialmente a esos congresistas y magistrados que desangran a sus anchas la economía nacional.
Esperanzas de redención, ninguna. Los gobiernos son débiles ante semejante poder. Un gobierno fuerte que lo intentó es y será atormentado por el resto de su vida.
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