Con la elevación a los altares de la madre Laura Montoya Upegui, no solo reconoce la Iglesia Católica los valores humanos de una mujer excepcional, por su dedicación a los más humildes, sino su entereza, al llevar a buen puerto su obra misional, por encima de la pobreza, las incomodidades del medio y la incomprensión de los jerarcas machistas del catolicismo criollo. Y exaltan también las máximas autoridades católicas que la santa colombiana, además de misionera religiosa, y más que eso, ejerció el apostolado de dedicar su vida al servicio humanitario, con seres que, como los indígenas, eran considerados animales, desprovistos de alma. Y consiguió que otras mujeres, como ella, se sumaran a su causa, sin más perspectiva de vida e interés personal que el sacrificio y el amor desinteresado al prójimo. Su difícil niñez, huérfana y pobre, y su juventud que fue una trashumancia por hogares familiares y colegios que la acogieron, reconociéndole valores intelectuales y vocacionales superiores, acrisolaron su espíritu y fortalecieron su voluntad.
Los liberales no le voleamos incensarios a personajes de cuyos valores humanos y espirituales no estamos muy seguros, porque fueron canonizados por prestarle a la Iglesia Católica servicios terrenales. Es el caso de Juana de Arco, una combatiente francesa que participó en la guerra de los cien años (no en todos, claro) y declaró que estaba inspirada por Dios para luchar contra los ingleses, para entronizar al rey Carlos VII. La canonización de Juana de Arco suena, pues, a política, porque nadie se santifica empuñando armas contra otro. Un caso semejante es el de san Luis Rey, o Luis IX, también francés, organizador de las cruzadas VII y VIII, que con el argumento de recuperar la Tierra Santa terminaron en una masacre de musulmanes. En la segunda cruzada mencionada Luis IX, san Luis Rey, murió de peste, de lo que se pegó el Vaticano para canonizarlo. Y otro es monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, que es la extrema derecha de la Iglesia Católica. Su apostolado se dedicó especialmente a la educación, a través de instituciones elitistas que han servido para ahondar la brecha social, porque en los colegios y universidades del Opus Dei se pagan las matrículas más altas, para que sus estudiantes puedan mirar por encima del hombro a los de los demás colegios; especialmente los oficiales. El argumento es que la educación de ellos es de más calidad y bilingüe. Los que estudiamos bachillerato en el Instituto Universitario de Caldas qué vamos a entender esas cosas. Y por eso será que somos medio atembados.
De modo que, descartados los santos guerreros y empresarios de la educación, me quedo con san Francisco de Asís, san Pedro Claver y santa Laura Montoya, y vamos a pedirle a ésta, con harta devoción, que meta el hombro por la paz de Colombia, así tenga que lavarles el cerebro al expresidente Uribe, al presidente de Fedegán, a Fernando Londoño Hoyos y al "beato" procurador Ordóñez, iluminándolos para que hagan política con otra cosa.
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