Cuando siento que el destino es implacable no logro ver los hechos en su exacta dimensión y me exaspero. Necesito sosegarme, encontrar la serenidad perdida, acercarme al faro de la sabiduría y confiar.
Es la hora de conectar la mente y el corazón, comprender, construir y sembrar con paciencia. Es el momento de escuchar sabios consejos, sanar viejas heridas y obrar con un espíritu tranquilo.
No puedo caer en la tentación de las soluciones fáciles ya que las buenas metas piden un compromiso constante. Lo que es valioso no llega regalado y solo con voluntad y disciplina tengo presagios afortunados.
Si no me rindo, el árbol que en invierno parece muerto, reverdece y llegan nuevas primaveras. Creo en mi mismo, confío en Dios y, con renovada esperanza, tendré ímpetus para seguir mi camino y cumplir mi misión.
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