Él era un niño muy pequeño y tímido, no muy popular con los demás niños de primer grado. Su madre estaba encantada; al acercarse el día de San Valentín, él le pidió que le escribiera los nombres de todos los niños de su clase para hacerle a cada uno una tarjeta. Él los recordó a todos y su madre los iba escribiendo en un pedazo de papel. El niño estaba preocupado porque de pronto se le olvidara el nombre de alguno de sus compañeros.
Armado de un libro de tarjetas de San Valentín, tijeras, lápices de colores y adhesivo, se dedicó afanosamente a su labor de recortar toda la lista de nombres y luego colorearlos. Cuando iba terminando cada uno, su madre escribía el nombre en un pedazo de papel y veía como él lo copiaba laboriosamente. Mientras crecía la pila de tarjetas, así también crecía su satisfacción.
La mamá comenzó a inquietarse pensando en que los otros niños no le fueran a dar tarjetas a su hijo; entre tanto, todas las tardes seguía con su tarea.
La madre se preguntaba cómo hacer para meter otras tarjetas, entre las que él estaba haciendo, con el fin de que recibiera por lo menos una. Pero el niño cuidaba muy bien su tesoro y no había posibilidad de deslizar una adicional. Ella optó por esperar con paciencia. El día de San Valentín llegó y el niño se fue con una caja de galletas en forma de corazón en una mano y en la otra una bolsa con las 37 bellas muestras de su labor. Ella lo miró con el corazón partido:
-Por favor Dios mío, -oró- ¡permite que le den unas pocas tarjetas!
A la madre la tarde le pareció eterna, trató de ocuparse, pero su mente estaba en la escuela; finalmente el niño apareció solo. Lo vio venir con su solitaria tarjeta de San Valentín asida con fuerza. Solamente una. Después de todo su trabajo, seguro era de la maestra.
-¡Si tan solo uno pudiera mediar por la vida de su hijo! –pensó-
-¡Vaya, que mejillas tan sonrosadas! -le dijo- Vamos, déjame ayudarte a quitar la bufanda, ¿Estaban ricas las galletas?
Él la miró con su rostro resplandeciente de felicidad y realización total.
-¿Sabes qué? -dijo él- No me olvidé de nadie! ¡Ni de uno solo!
Tomado del libro: “El poder de la intención” de Wayne W. Dyer.
¿Puede la generosidad ser una forma de autorrealización?
Leer esta historia, incita a pensar entre otras cosas, en que además de “realización total” la generosidad produce felicidad, con actos simples y sencillos, sin alardear de los resultados, solo por el hecho de dar y compartir. Difiere un poco de lo que se cree en la cotidianidad sobre la felicidad, comprar, tener, tener comprar, es una danza de ilusiones, que poco se ajusta a la realidad.
La consigna es: ¿Quién tiene más?… Más marcas, precios más altos, última moda, novísima tecnología, loca carrera que surge de la creencia de que la felicidad es la consecuencia del tener, así el ser nunca florezca. Se dirá, que ya no hay niños como éste. Quizás es verdad, y también es cierto que muy posiblemente, su forma de actuar está influenciada por los valores que sus padres asumen en su interacción familiar.
La familia tiene atribuciones fundamentales en el desarrollo personal de los hijos, lastimosamente cada vez más, por diferentes motivos, esta tarea se deja en manos de la escuela, difícil labor, más aún cuando no es solo informar, hacer resúmenes o responder unas guías, se trata es de formar y humanizar.
Tanto en las familias, como en la escuela, los valores son las columnas que edifican al ser humano y condicionan actitudes, hábitos, creencias. Son los ejes que configuran el entramado relacional, y le dan sentido y significado a las prácticas de socialización que se tejen al interior de cada una de ellas.
Así las cosas, sería interesante plantear que los escenarios educativos podrían tener asignaturas que contemplen desde los primeros años de escuela, la formación en valores, mediante tareas que impliquen compartir o cuidar a otros chicos que se encuentren en situación de dificultad. Hay niños en esta sociedad que jamás piensan que existen carencias, enfermedades, abandonos, por el contrario la abundancia que poseen les impide darse cuenta de ello y ver más allá, viven en un mundo en el cual, no alcanzan a vislumbrar que existen otras realidades, además dolorosas y dramáticas.
Mientras esto sucede, las noticias dan cuenta, de cómo algunos niños se hieren o matan por el color de una camiseta o de la piel, por venganza, por dinero, por envidia, en fin, les excita la violencia, apenas han comenzado su pre adolescencia y ya se sienten con el poder suficiente para hacer daño y lo hacen sin dudarlo.
-¿Qué lejos, estamos de vivir historias, como la de hoy?
A propósito: -¿Usted a quién ha olvidado?
-¿Recuerda la tarea de la columna anterior?
-¿Esta semana cuál fue su acto de bondad?
*Psicóloga
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