Decíamos ayer… que visitábamos la imponente cascada de Detifoss. Digamos, una vez más, que en islandés foss significa cascada. Dice el guía que no es la más bella de las cascadas del país, opinión que no comparto. La altura de la caída del chorro es de 44 metros y el volumen arrojado es de 500 metros cúbicos por segundo. Esto es lo que impacta, y por ello es la campeona en caudal de las cascadas de Islandia. Se la puede observar desde ambas orillas y para hacerlo es necesario un largo desplazamiento. Dado el tiempo de que disponía solo pude gozarla desde una de las orillas. Hay un camino bien marcado que permite acercarse a las tres partes en que se puede dividir la cascada.
Hay una primera caída, luego sigue un plano inclinado que termina en otra caída a un cañón estrecho, profundo y largo. Siguiendo nuestra ruta llegamos a la región del lago Myvatn. Esta palabra lleva una tilde en la "y griega", tilde que no sé poner en mi computador; el aparato me rechaza tildes sobre la y griega. El nombre significa: Lago de las moscas. En efecto, las hay por millones y realmente molestan en la cara y cabeza, pero por suerte no pican. El lago y la región son el segundo destino importante de Islandia y lo son a pesar de la molestia de las moscas. Es tal el encanto y la variedad de motivos de Myvatn que las moscas no son obstáculo para el turismo. El centro de la región lo ocupa un lago de aguas azules del cual emergen muchos conos volcánicos apagados. Hace 10.000 años la región era un inmenso glaciar de cuyo fondo surgieron decenas y decenas de volcanes. Y no solo del lago; diseminados por doquiera los conos volcánicos erizan el horizonte. Nuestro hotel está a orillas del lago y en el patio trasero se levanta ya un cráter de escasos veinte metros de altura. La región ofrece cráteres apagados, activos, fuentes termales, campos de lava, en suma todas las manifestaciones del vulcanismo. El lago mide 37 kilómetros cuadrados.
La vida se desarrolla aquí con el temor constante de pavorosas erupciones que dejarían muchos muertos y gran devastación. Aquí la tierra está viva, muy "vivita y coleando" y eso lo saben todos los moradores de la zona. Entre 1724 y 1729 hubo una erupción terrible por la destrucción que conllevó. Millones de toneladas de lava ardiente derramaron los volcanes al lago. El mayor temor reside en el volcán Krafla, cuya caldera está en total actividad. De ella hablaremos más adelante.
Nuestra primera visita en la zona fue a Dimmuborgir. Se trata de un laberinto de rocas negras, llamadas por lo mismo "castillos negros", que se formaron hace 2.000 años con las lavas de erupciones de los volcanes circundantes, especialmente del Hverfell. Las rocas, de todos los tamaños y amontonadas en un desorden infernal, reciben nombres que la imaginación de los lugareños ideó; las figuras son antropomorfas y zoomorfas. Dimmuborgir era antes de las erupciones una gran hondonada que fue llenada por las lavas. Antes los visitantes caminaban entre las piedras con evidente peligro pues hay fosas y túneles. En la actualidad solo se permite el tránsito por un camino perfectamente señalizado.
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