Es común escuchar en círculos políticos, académicos, cívicos y sociales, la gran preocupación de la ciudadanía por la calidad educativa de su región o de su país, no parece estar claro lo que la gente común y corriente entiende por calidad de la educación, lo que atribuyen a organización, disciplina, tradición, condiciones físicas, cobertura, e incluso, a la imagen estética que proyectan sus instalaciones.
Lo que sí tenemos claro en Colombia es que como política educativa del gobierno Nacional, la calidad de la educación se mide con base en los resultados de los desempeños en las pruebas Saber, de acuerdo con un derrotero internacional de medición a través de pruebas estandarizadas y paramétricas como las Pisa y las Timms. Desde la escuela y, como actores permanentes de los procesos pedagógicos, hemos reiterado nuestro desacuerdo con esta política, porque además de las condiciones heterogéneas de los aprendizajes, las cuales no permiten homogenizarse en la evaluación, consideramos que existen importantes dimensiones en la formación de un ser humano que no se evalúan en dichas pruebas, y son determinantes a la hora de medir la calidad de un sistema educativo de un país.
Concibo la educación no como una mera acumulación de conocimientos, sino como el desarrollo de la capacidad de pensar y de convivir; no hay conocimiento útil si no nos hace mejores personas; estoy convencido de que la salida hacia el desarrollo y la prosperidad de los pueblos no se encuentra en los cuarteles, ni en los bancos, ni en los despachos ministeriales, ni en las multinacionales, sino en las escuelas. Bien lo expresa Herbert Wells: "La historia de la humanidad es una larga carrera entre la educación y la catástrofe" y para triunfar en esa carrera, agregaría yo, necesitamos mucho más que conocimiento, requerimos que la escuela y la familia fortalezcan la formación ética, artística, cultural, deportiva, física, estética, y espiritual, además de la cognoscitiva que es, precisamente, la única que se evalúa en Colombia.
He tenido la oportunidad de conocer la situación de la educación en varias ciudades del país, y de acuerdo con lo que yo entiendo por calidad de la escuela, podría concluir que la calidad de la educación en Manizales es buena. En este importante logro de ciudad confluyen muchos factores: la calidad de sus profesores, el compromiso de los padres de familia, la cultura de la ciudad, el compromiso de la sociedad civil y, por supuesto, el interés que las autoridades del gobierno le otorgan a la educación.
Si observamos la clasificación que el MEN le concede a esta ciudad de acuerdo con la matriz ICALED (Índice de Calidad Educativa), encontramos que no corresponde a lo que nosotros mismos y muchas personas que nos visitan, evidenciamos en el diario acontecer de nuestras escuelas; están por encima de Manizales entidades territoriales como Sabaneta, Medellín, Pereira, Sogamoso, Bucaramanga, Mosquera, Villavicencio, Fusagasugá, Duitama, Zipaquirá y Facatativá. Para comprobar más la falta de efectividad de este mecanismo medidor de la calidad educativa, veamos lo que pasó la semana pasada con la visita de la ministra de Educación a nuestra ciudad, con motivo de la postulación del MEN al premio iberoamericano a la gestión. Convencida de las buenas prácticas que en materia educativa se llevan a cabo en esta ciudad, quiso la alta funcionaria del Estado que fuera Manizales una muestra de calidad; en sus declaraciones pone la calidad educativa de la ciudad entre las mejores del país, leamos detenidamente: "Manizales se caracteriza por tener una educación de muy buena calidad. Decidí venir para que los evaluadores que están en Colombia puedan conocer, de primera mano, cómo las políticas que se definen desde el Ministerio se adecuan e implementan particularmente en Manizales con eficiencia y éxito, definitivamente éste es un ente territorial que se distingue por su compromiso con la educación de buena calidad". Destacó avances en cobertura, permanencia y modernización de procesos: "De verdad es digno de ser replicado este modelo en otras ciudades de Colombia", agregó. ¿Miente la señora Ministra? Seguramente a ella le sucede lo mismo que a nosotros, cuando tenemos la oportunidad de conocer de cerca la educación de otras latitudes comprobamos que acá tenemos cosas muy buenas y, sin estar en condiciones de excelencia, la educación pública no es tan mala como se concluye de la interpretación de esos resultados.
Así mismo, los desempeños de Colombia en pruebas internacionales que tanto mortifican a los empresarios llevan a la conclusión de que la educación en nuestro país está entre las más malas del mundo, afirmación que nos merece incredulidad y desconfianza, sencillamente porque si los instrumentos de medición no me generan toda la confianza, es imposible creer en sus resultados. Yo invito a asumir la actitud que nos sugiere Andrés Oppenheimer en su texto ¡Basta de historias!, contagiarnos de la paranoia constructiva, no creernos demasiado buenos y estar convencidos que siempre tendremos muchas cosas por mejorar; no caer en perniciosas vanidades que pueden hacernos mucho daño, pero tampoco desorientarnos por los resultados de mediciones poco confiables, porque puede llevarnos igualmente a la desesperanza y a la desilusión.
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