La biblioteca del padre Camilo Arbeláez Guzmán no era muy abundosa, pero, sí, muy selecta. Lector constante, tenía, además, una memoria que retuvo pasajes literarios, asertos filosóficos, poesías completas y expresiones puntuales, de lo que se ufanaba. La conservó hasta el último de sus días, de sus 88 años. Al respecto de los aparatos electrónicos, cuyas "memorias" acumulan información tan abundante como diversa, decía que él prefería la suya, que no se borraba si se le tocaba la tecla que no era. Y en cuanto a los libros, que solía releer, a veces insistentemente, afirmaba: "Libro que no merezca la segunda lectura no mereció la primera". Las homilías de sus misas, que preparaba con pulcritud literaria, y en exquisito castellano, contenían citas de inmenso contenido moral, gran sentido práctico y delicioso humor fino, para reforzar, y hacer entender más fácil, los pasajes de las lecturas litúrgicas.
El padre Camilo tenía por apetencia literaria la poesía, especialmente la de los clásicos españoles, que recitaba en forma recurrente, cada que el tema del que se trataba cabía en el concepto de un verso, una estrofa, o la poesía completa. Sus libros estaban llenos de subrayados, en los que destacaba la expresión precisa que definía algo trascendental. Y en las antologías agregaba a los poemas seleccionados de determinados autores, en las márgenes o en las páginas en blanco, algo que él sabía y que el seleccionador no había incluido.
Uno de sus autores preferidos fue don Antonio Machado, de quien tenía una antología a la que acudía frecuentemente, citaba con insistencia y mantenía a la mano, cual si fuera otro breviario. Ese inmenso poeta sevillano, que hizo parte de la "generación del 98", al lado de Azorín, Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, entre otros, a la belleza de sus figuras poéticas agregaba una filosofía práctica, de uso corriente, como decir: "(…) caminante, no hay camino, se hace camino al andar (…) De ese libro fui afortunado heredero, y del recorrido por sus páginas lo que más he disfrutado son los subrayados del padre Camilo, en los que se destacan pensamientos sublimes, expresados casi siempre en términos sencillos, como decir de una comunidad: "Son buenas gentes que viven, / laboran pasan y sueñan, / y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra". Y así advertía el poeta sobre las oportunidades que se desaprovechan: "Pregunté a la tarde de abril que moría: / ‘¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?’ / La tarde de abril sonrío: ‘La alegría / pasó por tu puerta’. Y luego, sombría: / ‘Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa’". Y el sino inexorable de nacer y morir sin nada, lo resuelve el poeta así: "Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar". Y de remate: "A las palabras de amor / les sienta bien un poquito / de exageración".
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