Sin temor a volverme repetitiva me voy a referir a la reforma a la justicia. Los símbolos juegan un papel muy importante en el desarrollo de las democracias y esta reforma debería convertirse en el símbolo de nuestra democracia enferma. Ojalá también sirviera para constituirse en el hito fundante de una nueva forma de hacer política. Es por eso que considero que vale la pena subrayar, recalcar, repetir e insistir en lo que aquí ha pasado, de manera tal que no se borre de nuestra memoria colectiva y no nos vuelva a ocurrir.
En este país tan polarizado hay consenso sobre dos temas: la necesidad de reformar los sistemas de salud y de justicia. En ambos casos, la situación está sobrediagnosticada se conocen las obstáculos, las causas, las consecuencias y existen múltiples recomendaciones sobre las fórmulas para solucionarlos.
Sin embargo, a pesar de esta situación, nuestros dirigentes prefirieron aprovechar el consenso generalizado sobre la necesidad de cambio en beneficio personal. Así pues, terminaron todos comprometidos con una reforma a la Constitución que además de ilegal es inmoral.
El Gobierno, que lleva casi dos años intentando vender una imagen de demócrata de origen liberal, presentó una reforma light, que no solucionaba los problemas de fondo, y muy a su estilo, barría la casa para dejar el polvo debajo del tapete. Más preocupados por obtener el galardón de la tan anhelada reforma, terminaron negociando cualquier cosa para cumplir con el objetivo. Ahora se deslindan de responsabilidad con una explicación que lleva varios períodos presidenciales colándose en los comunicados de prensa de la Casa de Nariño "fue a nuestras espaldas".
De todas formas, las cosas de fondo, no parecen una preocupación central de este Gobierno. Así lo demuestra la manera como ha sorteado la crisis desde que se aprobó el acto legislativo. Con un afán inmenso de no diezmar su popularidad el Presidente Santos salió a lavarse las manos y a proponer salidas inconstitucionales. Hace tan solo unos meses, el Ministro de Hacienda se rasgaba las vestiduras y hacía acusaciones temerarias por procedimientos que llegó a considerar el Gobierno para dejar sin legalidad a la reforma. Hay que estar atentos, porque es probable que en dos días, y sin darnos cuenta cómo, el Presidente Santos termine siendo el padre del referendo revocatorio.
Por su parte, el poder legislativo demostró, una vez más, que su interés primordial no es el país. Nuevamente se evidenció que las preocupaciones de los congresistas transitan por caminos muy distintos a las que manifiestan en sus plataformas políticas y a las intenciones de sus electores. Nuestros honorables padres de la patria han dejado al descubierto que los ciudadanos solo importamos en época de elecciones y que se pasan cuatro años de período haciendo negociaciones de poder, legales e ilegales, que no les dejan tiempo para leer lo que aprueban. Nada de esto es nuevo, en este momento la Corte Suprema de Justicia conoce de cerca de 100 casos de congresistas investigados por corrupción o vínculos con grupos armados ilegales. Por eso sostengo que la reforma es más un símbolo, donde desafortunadamente concurrieron varios de nuestros males.
Hoy se plantea una propuesta para revocar al Congreso, hay quienes argumentan que su éxito no está garantizado y que el procedimiento sería igual de largo que el período de los actuales congresistas. A pesar de estos análisis, de origen práctico, creo que hay que intentarlo, así sea, simplemente, como un símbolo. Una revocatoria del mandato a los congresistas que aprobaron la reforma, le ayudaría a nuestra memoria corta y efímera a recordar el porqué no podemos volver a confiar en ellos.
En este contexto, la Rama Judicial cumplió muy bien su papel de ciega y se hizo la de la vista gorda, como ya es característico en ella. Nuevamente, excusada en la congestión, en la ineficiencia del sistema, en la violencia, en la falta de recursos terminó sin impartir justicia o repartiéndose solo lo que les sirve a quienes la representan.
Paradójicamente, la posibilidad de existo de este defectuoso sistema recae en la ciudadanía. La cual, frente a este irrespeto, surge como organización activa y empoderada para proponer el cambio necesario.
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