Así bautizó el dramaturgo Alejandro Casona una de sus obras. Aunque el título poco tenga que ver con el contenido, lo cierto es que, con ese marbete, le colocó un fantástico anzuelo a las compuertas de la imaginación. La hermosa síntesis alegórica puede ser un compendio de multiformes vivencias humanas.
Obviamente ese acopio sugestivo, es posible trasladarlo a la política, conflictivo escenario de confrontaciones tensionantes. No existen dos políticos iguales. Ni es exclusivo y único el sendero que se debe recorrer para desembocar en la actividad electoral. Unos lo hacen por herencia. Guillermo León Valencia, era hijo de un excandidato presidencial que, en el fondo, tenía más iluminaciones para la poesía que para asimilar los martirios que generan las veleidades del pueblo. Germán Vargas es nieto de Carlos Lleras. El torrente de la sangre lo predestinó para oficiar en el altar del Estado. El suicidio político que acaba de dramatizar Simón Gaviria seguramente tiene que ver con la falta de consejo oportuno de su padre, un ilustre exmandatario de Colombia.
Otros políticos se forman a la intemperie. Con reminiscencias de labranza, almacenes turcos en las aldeas, ancestros abogadiles en provincia, o mayorazgos heredados de un cacique veredal. Aprendieron a nadar solos. Conocieron el fragoroso espacio de las agitaciones en torno de un caudillo, bebieron, siendo jóvenes, la cicuta de la derrota, y acariciaron también lontananzas de victoria. Todo al tanteo. El político núbil, sin asesores de experiencia, tropieza, cae, se levanta, cobra impulso, lo arrinconan, resurge de las cenizas, es porfiado y filtra su nombre por entre los intersticios de las dificultades. Son mimados de la fortuna los que heredan privilegios. Los otros, se abren paso a puñetazos entendiendo que la vida es un pugilato de resistencias. Son altivos y desafiantes, acerados para el combate y acosan al enemigo aun en los estertores de la muerte. El político puede perder una batalla, nunca la guerra.
Tenemos ejemplos memorables. Dos meses antes de morir, a los 82 años, Mariano Ospina Pérez hizo su última correría conservadora por el Occidente de Caldas. Con su hermosa cabellera de nieve y su inseparable ruana blanca, desde Anserma le hizo las últimas proféticas advertencias al país. Laureano Gómez es un prócer homérico. Se sobrepuso a los infartos y hasta el final de sus días, debutó siempre como un Demóstenes. Misael Pastrana Borrero devorado por un cáncer, casi agónico, reunía a los parlamentarios para impartir consignas. Con voz vacilante y el cuerpo convertido en débil caña, clamaba angustiado por el futuro de la colectividad azul. El genial Gilberto Alzate Avendaño, a los 50 años, fue asaltado inesperadamente por la parca cuando tenía el cetro en sus manos. Solo Dios pudo arrebatarle la presidencia de Colombia. Guillermo León Valencia, siendo expresidente, se lanzó para el senado por el Cauca y recorrió, pueblo por pueblo, la geografía de su departamento. Mario S. Vivas que era un modesto culebrero electoral, le propinó una demoledora cueriza. Carlos Lleras Restrepo tuvo temple de titán. Derribado en una camilla, entubado y con respiración entrecortada, le demandó a su partido el voto por Misael Pastrana. Murió como Patroclo. Cómo silenciar el nombre de Alfonso López Michelsen. Perdida la voz, con un inseguro gangueo de anciano, se trepó a las tribunas para defender el presente y el futuro de su Partido Liberal. José Restrepo Restrepo, nuestro querido coterráneo, se despidió de la vida cuando estaba en el cenit de los comandos.
No aceptamos el reposo del guerrero. Rechazamos la flojera de dos expresidentes, uno escandaloso adulterino con las musas del Olimpo, y el otro sentado como una momia en los tendidos, mirando la corrida de toros con unos oscuros catalejos, indiferente a los dramas sociales de la nación. ¡Qué mala suerte de los conservadores con estos símbolos de pacotilla!
Oye: Al hombre público solo lo retira la muerte. No entrega el comando; lo acapara. No se fatiga; tiene morrión de acero. Es intrépido e incansable. No balbucea. Su voz es un clarín. No se adocena; tiene perfil de general en jefe. No se deja pensionar, no abandona las militancias; no se retira de los escenarios de Marte. El jefe político es un hombre comprometido. Sus huestes no permiten que se dé vacaciones, ni aceptan reemplazos, así sean temporales. Sabe que existe un indisoluble matrimonio entre el electorado y su comandante. Nunca se rompen esos lazos de afecto que el tiempo depura y proyecta. El político debe cuidar celosamente su nombre ante la historia.
¿ Entiendes el mensaje? Escucha: “los árboles mueren de pie”.
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