Todo el episodio de la retención, secuestro y liberación del periodista francés Roméo Langlois recordó verdades de nuestra situación de violencia y guerra que buena parte del país ha negado por varios años y que aun hoy muchos no quieren ver ni escuchar. Entonces, como en la vieja historia, se mata al mensajero. Para algunos, todo fue sospechoso y el periodista un contemporizador del terrorismo. ¿Su pecado? Ser independiente y manifestar cosas antipáticas. ¿Antipáticas para quién? Para aquellos que se han empeñado durante los últimos años en falsear la realidad y se han esforzado en vender una versión que mutila la complejidad de nuestro conflicto.
En el acto de entrega que hicieron las Farc al Comité Internacional de la Cruz Roja, Langlois manifestó sobre su caso: "se impuso una vez más la política sobre las cuestiones humanitarias, y eso es algo que se ha hecho muchas veces de parte de la guerrilla, y muchas veces también de parte del Gobierno, de la Fuerza Pública". Agregó que es conveniente que se discuta sobre el papel del periodismo respecto al conflicto, pero que este debate "no se puede plantear teniendo a un periodista secuestrado". Refiriéndose a soldados y guerrilleros dijo: "esta gente son los mismos, gente pobre matando gente pobre". Y que "Colombia es un país que no quiere mirarse a sí mismo". ¿Requieren explicación estas afirmaciones? Tal vez por lo claras, directas y certeras hieren los oídos de muchos, especialmente de aquellos que, por conveniencia o por un profundo sesgo ideológico, se niegan a ver una realidad compleja y problemática. O molesta a los que construyen su propia versión, ajena a medio país, desde la comodidad urbana, y teniendo como referentes a políticos y personalidades que de manera maniquea simplifican a su conveniencia la tragedia nacional.
Para acabar esta guerra tenemos la obligación, moral y práctica, de entender lo mejor posible cómo se desarrolla, quiénes la llevan a cabo, qué personas la viven y padecen de primera mano y cuál es el sentir de las comunidades afectadas. Sin hacer esta tarea no podremos avanzar en un camino hacia la paz. Y este ejercicio requiere de periodistas como Langlois, que nos muestren qué pasa en esa Colombia ajena para muchos. Registrar los hechos tal como suceden, sin quitarle o ponerle, representa un servicio invaluable que nos ayuda a que tomemos conciencia de un sufrimiento que es preciso parar, lo que nos exige abandonar prejuicios e intereses egoístas.
Tenemos que recuperar la posibilidad de llamar las cosas por su nombre y no sucumbir a ningún tipo de propaganda, pues esta siempre oculta verdades y es mentirosa. Langlois nos dice, por ejemplo, que es necesario "mostrar el miedo físico que sienten los soldados cuando llegan a una zona que no es la de ellos, que no conocen". Esto va en contravía de una idealización que se nos ha querido vender: la del soldado perfecto. Y si bien los miembros de la Fuerza Pública tienen un trabajo muy valioso socialmente al protegernos a todos, no podemos perder de vista que no son superhombres, que sufren de manera muy fuerte los estragos del combate y lo inhumano del conflicto, y que también pueden cometer tremendos errores, o llegar incluso a actos de crueldad como los falsos positivos.
Necesitamos versiones diferentes de las oficiales: de Gobierno y guerrilla. Es saludable que tengamos acceso a los hechos tal como son, sin lecturas interesadas. Porque en la mayoría de los casos se van tejiendo unas madejas enormes que lo enredan todo y nos llevan a unos terrenos falsos y mentirosos. Muchos opinadores en televisión, radio y prensa, de manera grandilocuente nos hacen un diagnóstico arrogante de lo que ellos creen que es la realidad nacional, pero el ‘paciente’ está lejos, ni siquiera lo conocen. Para contrarrestar esto es que se requieren periodistas e investigadores que simplemente nos cuenten lo que pasa, sin sensacionalismo, pero sin elaboraciones. Como los mejores cronistas, como anatomistas. Solo así tendremos un mapa fidedigno con el cual podamos orientarnos en el largo camino hacia la paz.
El periodista y cronista de esta guerra tiene que ser como un notario que dé fe pública, en este caso de eventos muy desafortunados. Si su relato es fiel a los hechos, su conocimiento podrá causar tal impacto que conduzca a construir una voluntad tal que remueva todos los obstáculos para terminar la violencia.
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