México vive este primer domingo de julio unas elecciones cruciales que definen el futuro del país y del continente, debido a la coyuntura explosiva experimentada desde hace unos años, en medio de la violencia provocada por las mafias del narcotráfico, la corrupción política generalizada y la frustración creciente por la falta de una verdadera alternacia democrática.
Tal vez desde los tiempos de la Revolución Mexicana de hace cien años no se vive un momento tan difícil, por lo que las diversas alternativas en juego significan caminos muy distintos de los que depende la recuperación de esa gran nación del norte o el hundimiento de la misma en años caóticos que minarán aún más su protagonismo continental.
Principal país en tiempos de la Colonia, cuando se denominaba Nueva España, poseedor de inmensas riquezas que enriquecieron a la madrastra patria ibérica, México es también un inmenso vivero prehispánico, con más de cincuenta etnias milenarias vivas que dejaron huellas sin límite de esplendor equiparable al de China, India y Egipto.
Por el carácter imperial de esas civilizaciones y su fuerza demográfica, el mundo prehispánico quedó vigente y a diferencia de otros países sudamericanos donde fue exterminado, la mano de obra indígena mexicana creó complejos sincretismos culturales que aumentaron con la emergencia del Imperio Norteamericano, potencia con la que colinda después de que le robara la mitad de su territorio a mediados del siglo XIX.
Por eso se dice que México está "muy lejos de Dios y muy cerca de Estados Unidos" para expresar la difícil relación con el vecino del norte, que ha saqueado e influido al país, transformándolo para su beneficio, aunque a su vez la migración mexicana terminó por crecer e imponerse poco a poco como un Calibán incontrolable al interior del Imperio.
Su historia post-colonial ha sido una de las más agitadas y violentas de todos los tiempos. A lo largo del siglo XIX se caracterizó por ser una Patria Boba enfrascada en múltiples guerras e invasiones norteamericanas y europeas, la más famosa de las cuales fue cuando los franceses impusieron como Emperador a Maximiliano.
Esta invasión condujo a jornadas históricas por las cuales surgieron figuras notables como el indio Benito Juárez, radical que no dudó un instante en fusilar al Emperador y a varios de sus asesores en Querétaro, convirtiéndose en ídolo mundial de la dignidad de los pueblos colonizados que triunfan sobre las potencias.
Después otro indio oaxaqueño como Juárez, el general Porfirio Díaz, se alzó con el poder, transmutándose en un dictador ilustrado bajo cuyo mando el país se convirtió en fuerte potencia regional, que brilló en su tiempo durante tres décadas de autoritarismo, al final vencido por los revolucionarios de Emiliano Zapata y Pancho Villa a partir de 1910.
Vino luego el largo reino del Partido Revolucionario Institucional, que con figuras como Lázaro Cárdenas, Plutarco Elías Calles y otros llevó al país a una era de progreso y estabilidad que lo convirtió en el hermano mayor de América Latina y potencia regional y emergente mundial de gran riqueza y esplendor.
Pero la corrupción minó por dentro esa larga era de progreso, debilitando México hasta convertirlo en lo que es hoy, solo una sombra de lo que fue, decepcionado por los desastrosos gobiernos sucesivos del derechista Partido Acción Nacional, que tras derrotar al PRI traicionó los sueños democráticos y sumió en dos sexenios a esa tierra en una crisis cuyo punto máximo es la muerte en una guerra absurda contra el narco de más de 50.000 mexicanos.
Bajo estos mandatos del PAN México volvió a vivir las escenas más atroces, con cadáveres colgados y decapitados en árboles y autopistas, asesinatos sin fin, masacres, genocidios, inseguridad, robo y corrupción generalizada. Del gran país del PRI inicial se pasó a un México débil, mudo en el contexto mundial, servil ante la potencia del Norte, un México que se desangra poco a poco y perdió su liderazgo en manos de dos mandatarios mediocres, Fox y Calderón, que han reinado junto al castillo de Chapultepec como locos solitarios de Palacio, Nerones que liban y juegan mientras afuera el país arde como una Roma triste.
En la actualidad, bajo el ruido de las metrallas, yace un gran país federal, rico, múltiple, donde cien millones de personas sueñan con salir de la pesadilla. Pero ahora la tentación de volver al fraude y a los abusos de antaño, a la falsa retórica televisiva que convierte a los hombres en zombies orwellianos, parece perfilarse como una alternativa peligrosa que auguraría aún más años de dolor y conflicto.
Porque en tácita alianza el viejo PRI y el odiado PAN, manejados ambos por corruptos y oligarcas, han hecho todo lo posible por bloquear la alternancia necesaria. Hasta en Estados Unidos hemos visto cambios inéditos con la llegada no muy previsible de Barack Obama. En Europa los indignados han sacudido los poderes de la finanza mundial y tumbado uno tras otro gobiernos en una ola libertaria donde los ciudadnos han tomado por fin la palabra.
Si México no cambia, si no se respeta la alternancia y se deja gobernar a un hombre honesto como Andrés Manuel López Obrador, quien venció hace seis años a Calderón y le fue robado su triunfo, vendrán años de bloqueo interior y el polvorín de la rebelión podría estallar tarde o temprano, sacudiendo la región y el imperio como en los viejos tiempos de Emiliano Zapata y sus huestes violentas e incontrolables llenas de odio por siglos de humillación, hambre y muerte.
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