Un rico comerciante, solía dar vuelta por un sitio dónde vivían ladrones, menesterosos y gente de mal vivir. El rico daba limosna a los harapientos, con lo que tranquilizaba la conciencia que suelen tener los poderosos. A fuerza de pasar por el mismo sitio le tomó simpatía a un mendigo al que le faltaban sus dos piernas, el rico le daba monedas e intercambiaba palabras con él.
Más el destino de los ricos es cambiante, y debido al mucho odio de algún adversario, el rico fue apresado y condenado a muerte.
Aquel entuerto llegó a oídos del mendigo, e intentó un ardid para salvarlo. Así que cuando el comerciante era trasladado al cadalso, el mendigo comenzó a gritar a voz de cuello: ‘¡El rey ha muerto!’ ‘¡Han matado al rey!’ y aprovechando el alboroto liberó al prisionero. El rey hizo investigar el causante del alboroto, y se sorprendió que aquel mendigo hubiese sido capaz de semejante proeza.
-¿Por qué has hecho eso? ¿Acaso deseas mi muerte? –le preguntó.
-Mis gritos no te han provocado daño alguno, mi señor, pero al menos salvé vuestro honor y la vida de un inocente.
Admirado por aquel gesto de amistad y valentía, el gobernador revisó el caso y restituyó la honra del comerciante.
El rico, quiso recompensar de por vida al mendigo, dispuso su traslado a la mansión, ordenó que lo vistieran y perfumaran y que todo el día lo entretuvieran músicos y bailarinas. Cada vez que podía, el rico lo colmaba de regalos fabulosos y le hacía unas comilonas que estuvieron a punto de matarlo de indigestión.
El risueño semblante del mendigo se tornó opacado y triste. El rico preocupado hizo llamar a un sabio para que le dijera dónde estaba el problema. Tras unos días de observación, el sabio, le dijo:
-El problema no es suyo, sino vuestro, noble señor: Este hombre era feliz con muy poco, estaba en su medio y recibía con alegría vuestras limosnas. Pero ahora lo habéis forzado a ser como vos. Agradece y comprende vuestros desvelos y por eso calla. Pero, decidme: ¿Cómo debéis tratar a un amigo? ¿Cómo es el…o como sois vos?
Las aves están felices en el cielo y los peces en el mar. Queréis que disfrute con aquello, que os resulta grato, más está claro que no le es para él. No entiende vuestra vida y sus necesidades son otras. Si lo queréis como amigo, mejorad su propia vida pero no le obliguéis a seguir la vuestra.
Tomado del libro, ‘Cuentos mágicos para comprender tus emociones’ de Abel Pohulanik.
Entender las individualidades, respetar las diferencias, cuando éstas se encuentran entrelazadas por el afecto, es una facultad un poco escasa en esta cultura.
Esto significa, que no es fácil valorar el modo de vivir de los demás, aún si es diferente al nuestro; entender que hay otras actitudes, hábitos, creencias, emociones y formas de estar en el mundo, a pesar de que éstas aparentemente no sean las más adecuadas, es haber desarrollado la capacidad de mirar con respeto las diversas maneras que tienen los demás seres humanos de darle sentido a su vida.
Cuando se tejen relaciones, siempre se puede aprender de ellas, si se tiene disposición, actitud de observación y escucha, gestos que en esta historia no se dieron. El rico pensó que bastaba con llenar de riquezas y regalos a su salvador, para expresar su gratitud, jamás se le pasó por la mente preguntar, qué quería el mendigo, pero además, el mendigo no tuvo el coraje para expresar sus emociones, ante el intempestivo cambio en su estilo de vida.
El rico supuso e interpretó desde su abundancia, su sentir, su riqueza, y su experiencia, que todo ello bastaba para que el mendigo fuera feliz, que esos bienes materiales, eran lo que él necesitaba. Jamás hizo el ejercicio de ponerse en los zapatos del salvador, consideró que lo que era bueno par él, lo era también para el mendigo, craso error cuando se quiere halagar a alguna persona.
Lo más sensato hubiera sido preguntarle qué hubiera querido recibir de regalo, o más simple y sencillo, qué ambicionaba tener para sentirse feliz.
Al obtener las respuestas, quizás el rey le habría podido ahorrar tristezas y pesadumbres a su salvador y fiel amigo y no hubiera escuchado su malestar y sus quejas, por medio de terceras personas.
Al compensar a alguien, es necesario saber si el otro está en capacidad de recibir la ofrenda; a veces puede suceder, que el regalo pone en aprietos al otro, como es el caso de esta historia, en la cual un acto de gratitud, implicó un cambio drástico de vida, alto precio por un gesto cumplido por alguien de manera espontanea y sin ningún interés.
A cualquier persona le puede costar dificultad entender que alguien esté sereno viviendo en la calle, a pesar de que no solo es pobre, sino que le faltan sus piernas. Gran paradoja en un mundo en el que, la gente no es feliz a pesar de tener su cuerpo entero y sano.
-¿Quién tiene la respuesta?
Finalmente, respondamos sinceramente la siguiente pregunta:
-¿Siempre hay que pagar o compensar los favores recibidos?
*Psicóloga
fannybernalorozco@hotmail.com
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