La palabra "pasión" suele tener sentido problemático, por cuanto involucra la idea de un actuar desordenado y brutal, pero, por supuesto, hay quienes han tenido apego al buen sentido que conlleva el término, es decir, a la voluntad expuesta al fervor mayor, o al entusiasmo más vigoroso, para comprometerse en alcanzar un fin noble, benéfico o altruista, comenzando por salvaguardar la vida propia y la de los semejantes.
Sinembargo, dada la connotación primera, tan arraigada en los procesos de violencia que padecemos, prefiero utilizar otra expresión: "compromiso". Nuestro país exhibió por algunos años, a nivel internacional, un lema: "Colombia es pasión", acompañado de buen diseño. Lema que fue criticado al interpretarse por analistas como un reconocimiento a la sostenida violencia que padece nuestra patria, por años y años, en las diversas formas, desde la familia hasta el conflicto armado interno, con ramificaciones siniestras de crueldad. Y en tiempo más cercano, ese lema fue sustraído de la circulación, con razones valederas.
Entonces por conveniencia de sentido, para evitar interpretaciones equívocas, o desafortunadas, es mejor emplear otro término, y mi propuesta es "compromiso", de alta misión en despliegue de cualidades o valores, por la vida propia y en comunidad, en perpetua búsqueda de la paz, la armonía, el sosiego, con aplicación intensa de las personas a sus responsabilidades, a sus tareas, hacia la conquista del bien común.
Es de advertir que la vida es sagrada, es el bien supremo. Y es sagrada por inspirarnos veneración y respeto, como un deber, una obligación mayor. ¿Por qué debemos ocuparnos de la vida? Suele considerarse la vida como el bien primordial, es decir, el punto de partida. La vida es la razón de ser de la existencia. Existimos porque tenemos vida y nos damos cuenta de poseerla. En otras palabras, existir es tener conciencia de la vida. La vida no es propia solo de los seres humanos; la tenemos en común con las plantas, los animales, las algas, los microbios, las bacterias… Multitud de seres que nacen, se reproducen y mueren.
La vida, entonces, es una cualidad que implica un origen, un recorrido ondulado, zigzagueante, y un declinar ineludible que culmina con la muerte. El poseer la noción de que todo se acaba, de que moriremos, permite afianzar el aprovechamiento de la vida. La vida es un asombro, un deslumbramiento de duración fugaz, así podamos alcanzar los humanos la edad de 90, 100 años o algo más, en casos excepcionales. Duración insignificante frente a la vida del planeta y del Universo, medible en millones de años.
Y esa duración temporal, tan breve, nos despierta reflexiones tanto por el sentido de la vida como por las posibilidades múltiples en su despliegue. Cada uno nos vamos formando, en especial en el sistema educativo, con influencias de los mayores, de los más calificados, y de las afinidades intelectuales, afectivas, profesionales, de ocupación, o de cercanía. La reivindicación de cada día es el trabajo, el reconocernos útiles para los demás, el poder continuar formándonos y contribuyendo al bienestar de otros.
Muy a pesar, la vida impone sus destinos. Hay componente de azar en ella, pero afrontable en tanto tengamos mayor preparación, incluso para sortear estados de ansiedad y de incertidumbre, tan frecuentes. De ahí que sea aconsejable fomentar la lectura, como soporte para desarrollar en mayor grado capacidad de comprensión, adquisición de conocimientos y también distracción grata en momentos de descanso, o incluso de estrés. La esperanza debe tener lugar, a veces duramente trabajado, en nuestros espíritus. Esperanza en un futuro mejor para todos, pensable y de trabajar en su conquista. Y el ‘plan de vida’ es una invocación frecuente, y posible para orientar de mejor manera el futuro, con los ajustes periódicos determinados por los tropiezos y las dificultades, o también por los logros.
De esta manera concibo lo que significa el respeto a la vida, el amor a la vida, la propia y la de los demás, como el supremo bien que hemos recibido, y que debemos multiplicar ante los semejantes, comenzando por la familia e irrigando en la sociedad, en simultaneidad a la construcción de maneras sensatas y practicables de convivencia, sin descartar los problemas ineludibles que suelen presentarse, pero con afirmación de la autoestima, el aprecio al ser que somos, el reconocernos en la singularidad única, sin sobrevaloración ninguna. Un gran pensador austríaco, Karl Popper, nos enseñó que vivir es enfrentar problemas. Y los problemas de tan variadas características, nos ayudan a fortalecer la voluntad y el pensamiento, forjando en gradualidad maneras racionales de abordarlos y de superarlos. Tanto más significativo este proceder cuando se trata de involucrar instituciones y sectores amplios de la población.
Utilizo la expresión "respeto", y no "tolerancia", puesto que esta involucra un sentido laxo de indiferencia, mientras que con "respeto" estamos transmitiendo el mensaje de aceptar al otro en las diferencias, con dignidad, con el sentido de apertura al diálogo y debate, así sea para reconocernos en aquellas, por irreconciliables que sean, pero sin tener que llegar a situaciones extremas para dirimirlas. La racionalidad y los afectos deben aunarse en la construcción continua de familia, institución y sociedad, en un proceso de mejoramiento continuo.
En el camino estarán momentos de la anhelada o merecida felicidad, como regocijo del espíritu, y no en el punto de llegada. Sin olvidar que la vida es sagrada, el bien supremo, de preservar y enriquecer, en compromiso cotidiano, con inspirada veneración. La vida propia y de los demás. Y la vida de la Naturaleza, a la que nos debemos y de la cual hacemos parte indisoluble. Pero a la vez somos tan frágiles y vulnerables, que la humildad debería ser nuestra norma de vida.
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