Mujeres de oriente, africanas y ahora colombianas, engrosan la lista de las violentadas. Todas tienen en común un rostro desfigurado, pues alguien les arrojó ácido, cambiándoles la vida para siempre. Cada día aumentan más los ataques con ácido en contra de las mujeres; Colombia figura en quinto lugar después de países como Pakistán, Irán, Senegal, entre otros.
En nuestro país la clase social, el nivel académico, la situación económica, no determinan estadísticamente a las víctimas. Las mujeres quemadas con ácido, no solo deben enfrentarse a las marcas de su piel, en el alma y en la mente, sino también al miedo a ser atacadas nuevamente y a vivir junto a su familia un infierno que las condena a la soledad, a la depresión y al dolor.
Es asombroso ver que a pesar de la existencia de una ley que fija penas de cárcel entre ocho y veinte años a quienes cometan este tipo de ataques, y que además busca controlar la comercialización de ácidos en el país, no haya sido aplicada con rigor frente a los casos que hasta este momento la sociedad enfrenta.
Según datos de la Acid Survivors International (ASTI), en el mundo, de las mil quinientas personas que son quemadas con ácido al año, el 80% son mujeres, el 90% de los atacantes son hombres, casi siempre conocido o con alguna relación con la agredida.
Este es un llamado para que la sociedad se una y combata este flagelo, se solidarice, se levanten campañas, fundaciones, buscando un fin común. Todos tenemos derecho a llevar una vida digna sin señas ni marcas que nos estigmaticen como mártires de una guerra sin sentido, donde los principios y los valores se han olvidado, donde las agresiones priman sobre el buen trato, donde la intolerancia es la vía para cobrar las deudas personales por parte de quien creemos no accedió a nuestros deseos.
Es hora de que fundaciones pro mujer, ONG, comisarías de familia, la Fiscalía y el Gobierno Nacional, aúnen esfuerzos para denunciar, para sacar a la luz la identidad de los agresores, y tomen partido frente a esta problemática.
No debemos acostumbrarnos a que esto sea pan diario en los titulares noticiosos de mayor importancia. Con repudio debemos mirar actos denigrantes contra las mujeres y cerrar juntos los eslabones de una gran cadena convertida en solidaridad.
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