“Sueño con un colegio que crea en mí y en el que las clases sean divertidas”. Ferney, octavo grado.
“Sueño que no existan los colegios y que nazcamos con la mente de saber todo”. María José García, 8 años.
Estas afirmaciones me llevan a cuestionar qué tipo de educación les estamos ofreciendo a nuestros niños, ¿qué tanto estamos haciendo para retenerlos en las aulas? y lo más importante, ¿los estamos escuchando?
Los niños hablan de manera desprevenida de educación y otros temas en el libro Casa de las estrellas: el universo contado por los niños, que recopila el significado que le dan los estudiantes a algunas palabras. Su autor, Javier Naranjo, nos ofrece un texto que nos hace reflexionar sobre el tipo de formación que les estamos brindando en las escuelas.
Es asombroso cómo desde su sencillez, los niños nos pueden describir perfectamente la realidad que viven en sus instituciones, con frases llenas de sinceridad expresadas sin el ánimo de cuestionar la labor del maestro o las condiciones que ofrece la administración del sistema educativo. Simplemente nos revelan un panorama de sus instituciones y nos dan pistas de por qué no quieren ir a la escuela o si van, por qué se sienten en el lugar equivocado.
Los niños nos están pidiendo a gritos una escuela feliz, una escuela que los entienda, que los acoja con afecto, una escuela con maestros que los conozcan por su nombre y sus condiciones individuales, que esté diseñada de acuerdo con sus necesidades, es decir, con currículos pertinentes, con una infraestructura agradable, una escuela que invite a quedarse en ella por más de una jornada, donde las horas se hagan cortas y la creatividad se viva a cada momento, con una formación más humana donde prevalezca el desarrollo del ser integral.
Es hora de pensar la escuela desde un ambiente de aprendizaje que además de considerar el espacio físico, recursos y materiales con los que se trabaja, reconsidere los proyectos educativos que desarrollan y las formas de interacciones de sus protagonistas, de manera que la escuela sea un verdadero sistema abierto, flexible, dinámico y que facilite la articulación de los integrantes de la comunidad educativa: maestros, estudiantes, padres, directivos y comunidad en general, en diálogo con los propósitos pedagógicos y los contextos sociales, ambientales, económicos, culturales, entre otros, del establecimiento educativo, haciendo posible el mejoramiento del aprendizaje y la convivencia de los estudiantes, reflejándose esto en una mayor retención.
El informe anual más importante de Unicef, el Estado Mundial de la Infancia de 2003, afirma que “los niños han demostrado que, cuando se involucran, pueden influir de un modo apreciable en el mundo que les rodea. Poseen las ideas, la experiencia y las intuiciones que enriquecen el entendimiento de los adultos y realizan una aportación positiva a las acciones de los adultos”.
Con sus expresiones llenas de capacidad de síntesis y la lógica de sus afirmaciones invitan a la sociedad a movilizarse para poner la educación en la agenda pública, son niños con voz, pero aún sin voto, que no pueden elegir quién los gobierne y les administre su escuela, pero que esperan de nosotros, los adultos, que exijamos y trabajemos por la escuela que ellos se merecen.
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