La Dorada, puerto fluvial a orillas del río de la Magdalena, es una ciudad que crece desacompasada. Tiene muchos detractores y pocos dolientes. Ha sido el laboratorio donde se han experimentado con saña todas las purulencias de una Villa sometida a las más variadas manifestaciones del prehistórico político.
Esta ciudad rodeada con generosidad por tierras fértiles y productivas, le importa a muy pocos y la queremos muchos menos. Tenemos una ciudad en la ribera del principal afluente de Colombia, con vocación de pescadores que viven la tragedia de la contaminación del río, de la falta de previsión de las autoridades para mantener su cauce navegable.
Toda la estulticia de los que han manejado esta ciudad desde hace decenios, la convirtieron en una obra prima de la improvisación y el desgreño administrativo, un monumento a lo que puede ser presentado como una ciudad mal manejada, sin visión de futuro, no preocupada por cuidar su entorno, dejada al vaivén del cambio climático, con la ayuda del animal humano, ese que destruye y arrasa la naturaleza, para el efímero goce de lo personal, antepuesto siempre al bien general, que no ha sido una característica que podamos mostrar como carta de presentación, de una ciudad llena de posibilidades, todas perdidas, en manos de políticos sin escrúpulos, burócratas insensibles y ciudadanos que perezosos, ayudamos con nuestra indiferencia al deterioro evidente de la ciudad.
Un municipio que tenemos que cuidar, porque en él vivimos, y de él nos beneficiamos. Una ciudad poco preocupada por sus habitantes, no solidaria con los menos favorecidos, solo tenidos en cuenta por organizaciones políticas, que reparten limosna oficial, por montones, sin dar opciones reales, ni oportunidades para que la gente que aquí vive, pueda tener un trabajo digno, una educación básica bien cimentada, un sentido de pertenencia, que invite a la solidaridad. En fin una sociedad que no cuida la ciudad y la destruye a diario, con el quimérico y equivocado pensamiento, de que los recursos naturales son inagotables, que la ciudad se puede organizar sola, sin que para ello necesite que unamos esfuerzos y nos organicemos en su defensa.
Asistimos a la tugurización de un municipio que en todos los puntos cardinales de la ciudad levanta obras insuficientemente estudiadas, que promete soluciones que poco tienen en cuenta la dignidad y el respeto que merecen cada uno de sus habitantes, sin que para ello importe el estrato social al que pertenezcan, que tiene como elemental derecho, en una ciudad que se respete, a ser tenida en cuenta como solución y no como problema.
Fuera de la ganadería, que representa riqueza para muy pocos y casi ninguna para el municipio, esa que ha sido la causa primigenia del daño ecológico irreparable, al convertir, lo que antes fueran bosques inmensos en praderas inconmensurables, tenemos una ciudad que carece de líderes que se interesen en hacer empresa, para ofrecer verdaderas opciones de trabajo, encontrar diversidad en la economía de la región, y cimentar un futuro mejor para las generaciones que nos sucedan.
Tenemos que soñar con una Dorada mejor, que aproveche la ribera del río y vuelva a tener su cauce profundo y limpio, en un programa que ya está en marcha, para al fin dragar su cauce y hacerlo navegable, como lo fue antes.
Una ciudad donde lo que fuera Prosocial, se convierta en el verdadero centro educativo que la región se merece. En donde no haya un solo niño sin la oportunidad de acceso a la educación. De unos venerables ancianos que no tengan la esperanza de su asilo siempre en crisis económica, solo sostenido por el bonantrópico y quijotesco quehacer de gente que se empeña en no dejarlo cerrar, cuando debía ser una obligación de la administración municipal.
Un Hospital San Félix, saneado en lo económico y adecuado en lo técnico, para servir a la gente de toda su zona de influencia, pero sobre todo alejado de famiempresas de la salud que se montan en el centro hospitalario, con una administración que vino a "barrer" y que irrespeta sin sonrojarse, la dignidad de todo el personal que allí trabaja, pero especialmente la del personal de base del centro hospitalario, ahora sometido al capricho azaroso de un burócrata empedernido y cruel, que demuestra el más indolente desprecio por la gente de la región, llenándonos de foráneos.
Una ciudad que no permita la destrucción de sus parques, para que no se repita la absurda arrasada que se dio al que hay al frente del Hospital, para convertirlo en un monumento al cemento. Que tenga una biblioteca digna y bien cuidada, donde los habitantes tengan la opción de la cultura en su día a día. Un teatro que permita el desarrollo de toda una generación de artistas, que tenga asociadas salas de cine y esparcimiento sano.
Una Dorada, en fin que tenga dirigentes con suficiente determinación para hacer la terminal de transporte en la periferia de la ciudad y que recupere el espacio público en el que hoy está localizado, que afea, infesta y desorganiza.
Porque La Dorada merece un futuro mejor y sus habitantes merecen oportunidades reales de trabajo, tenemos que unir esfuerzos y recuperar el sentido de pertenencia, unir voluntades, talentos y trabajo, para hacer de este puerto una ciudad digna y pacífica, donde se pueda vivir.
Seguiremos con el tema…
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