El arquitecto Luis Fernando Acebedo escribió un texto en el que plantea su sueño de ciudad, que adaptado sirve para cualquier urbe moderna, de las llamadas "intermedias", que aún pueden ser amables, gratas…, si no se le deja coger ventaja al deterioro que causa el desorden, propio de un desarrollo amorfo y de un despelote comercial, que los oportunistas políticos invocan como "el derecho al trabajo". La realidad es que detrás de ese desorden de ventas informales, invasoras del espacio público, hay mafias del contrabando, bandas extorsionistas y "empresarios" que se apoderan por la fuerza de ciertos lugares, y los "arriendan" a vendedores de cachivaches, frutas y comestibles, inclusive a mendigos, para montar organizaciones altamente rentables, en espacios que son de la comunidad. Y las autoridades son incapaces de controlar la situación, porque se asustan con cualquier bochinche, o dejan el problema para que lo resuelva otro, porque no son capaces de "amarrarse los calzones donde se amarraba la saya Empera", como se decía en La Tebaida de doña Emperatriz, una señora que tenía una heladería y se les enfrentaba a los pájaros y chulavitas.
Adaptado el texto, dice el arquitecto Acebedo: "(…) quiero soñar con otra ciudad, (…) lenta, diseñada para los peatones, que se pueda recorrer a pie como lo hacen centenares de estudiantes que no tienen para pagar el transporte público. Si las estadísticas demuestran que la ciudad no crece en población, ¿por qué tiene que expandirse en suelo? Basta con elevar la calidad de vida de sus habitantes con trabajos estables y dignos; revitalizar los barrios mejorando la calidad de las viviendas o renovando algunos sectores; construir espacios públicos que articulen las comunas, recuperar las quebradas y dotar los parques con los equipamientos necesarios, para que sean masivamente utilizados.
"La recuperación, conservación y optimización del agua que brota de las montañas debe ser el gran reto. Ella debe circular libremente por los parques, regar los jardines, servir de abrevadero a las aves, calmar la sed de los deportistas y de las mascotas que sacan a pasear y, obviamente, servir a los más pobres, a los que no tienen con qué pagar las facturas de unas empresas deshumanizadas y mercantilistas.
"Sueño con un sistema de movilidad lento pero eficiente, con tranvías de alta tecnología, cables aéreos, escaleras eléctricas y ascensores urbanos. (…) Imagino un centro para caminar y circular; para vivir plácidamente, sin la amenaza constante de los vehículos. (…) Sueño con la calle del teatro y la de las librerías; con la conservación del patrimonio histórico, los espacios públicos y los centros educativos…".
¡Ay!, amigo Acebedo. El problema crucial es que no se puede "moler con yeguas". En la ciudad que soñamos, la que amamos, las cosas se comienzan a hacer y después se piensan; al tránsito municipal no le importan los vehículos que circulan sino los impuestos que pagan; y el pueblo, rector supremo de la democracia, no sabe elegir gobernantes. Mire para donde quiera y siéntese a llorar sobre su utopía.
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