Con mucho entusiasmo acabamos de vivir varias temporadas que animaron nuestros corazones y nos embargaron de especiales sensaciones, me refiero inicialmente, a la natividad del Divino Niño que con sus preludios en la novena de Navidad recogió el sentimiento de las familias y dispuso nuestros corazones humildemente; posteriormente, recibimos el año nuevo en medio de sentimientos encontrados: unos, de nostalgia por el paso de los significativos momentos que nos dejó el ya año viejo y, otros, en medio de esperanzas para que el nuevo año nos depare mejores sucesos; ya en el despuntar de este 2013 la ciudad se vistió de gala y dio apertura a su temporada ferial, desfiles, carnavales, competencias, reinas, toros, exposiciones y una cantidad de citas artísticas, culturales y deportivas engalanaron la ciudad que, nuevamente, dio buena cuenta de su hidalguía y hospitalidad.
Durante esta semana el decorado de nuestra ciudad ha cambiado significativamente y se ha convertido en un hermoso jardín escolar que alberga, con cariño y simpatía, a centenares de niños y jóvenes que asisten a la escuela, donde buscan sembrar semillas de prosperidad y esperanza, que mañana germinen en una nutrida y variada cosecha que les otorgue mejores condiciones de vida. Sin duda, el inicio del año escolar le imprime a la ciudad un aire especial, se dinamiza el transporte, se congestionan las papelerías, se aumenta el flujo peatonal, los almacenes de telas y uniformes abren su temporada, es decir, cuando una escuela se abre dinamiza los sectores económicos y aumenta la productividad.
Al comenzar la escuela en este 2013, permítanme convocar a todos los actores de la educación para que hagamos una sinergia colectiva a partir de los aportes efectivos de cada uno: unos padres de familia que asuman el compromiso de garantizar a los niños y jóvenes el sagrado derecho a educarse, pero que además los acompañen y los asistan responsablemente; unos profesores que con idoneidad profesional y con su vocación intacta, animen y fomenten efectivos aprendizajes en sus estudiantes; una sociedad civil que haga seguimiento y veeduría a la responsabilidad del Estado para garantizar el derecho a la educación; un gobierno que provea las mejores condiciones humanas, técnicas, logísticas, de infraestructura y equipamiento que hagan viable el acto de educar; y lógicamente, unos estudiantes que asistan a la escuela con un afán superlativo de superación, crecimiento y desarrollo.
La educación es una lucha por la equidad y un escenario donde se combate la desigualdad; por supuesto, esta tarea misional de la escuela tiene también su discusión política; ya el gran escritor William Ospina en su maravilloso libro "La Lámpara Maravillosa" y específicamente, en su gran ensayo "Preguntas para una Nueva Educación", cita "cada vez que nos preguntamos qué educación queremos, lo que nos estamos preguntando es qué tipo de mundo queremos fortalecer y perpetuar. Llamamos educación a la manera como transmitimos a las siguientes generaciones el modelo de vida que hemos asumido. Pero, si bien la educación se puede entender como transmisión de conocimientos; también, podríamos entenderla como búsqueda y transformación del mundo en que vivimos"... Al observar la realidad nacional, la pobreza, la corrupción, la degradación del ambiente, la inequidad, la injusticia, el desempleo, la mendicidad y los índices de delincuencia, tenemos necesariamente que concluir que es necesario asumir la educación como la búsqueda y transformación del mundo que habitamos, más que transmitir a las nuevas generaciones el modelo de vida que hemos asumido.
He querido traer esta cita para que todos seamos conscientes de la trascendental tarea de la escuela y para que asumamos todos, desde la función que nos competa, nuestra responsabilidad con la patria y con la sociedad; la de educar, es una misión nacional que reclama y exige el compromiso colectivo, avancemos con espíritu altruista en esta brigada que procura hacer de la escuela verdaderos laboratorios de transformación del mundo.
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