Colombia es un país que vaga sin dolientes, sometida por sus dirigentes y por sus violentos a toda clase de atropellos y villanías. Este Estado al que pertenecemos, le importa de verdad a muy poquitos, pero muchos se empeñan con sevicia en destruirlo a diario. Tenemos una visión de muy bajo nivel de lo que representa una Nación, que muchos creen todavía feudos, con no poca nostalgia, no como el régimen señorial en Castilla, sino como el modelo europeo de antaño, ligado a la descomposición del imperio Carolingio. Este es un país en el que los dirigentes creen, hay muy pocos nobles, pero están por miles, millones los vasallos.
Por eso no es raro tener que ser testigo de las demostraciones de linajes falsos y de títulos nobiliarios inexistentes, en una sociedad que está rigurosamente dividida en capas sociales, salidas del kilovatiaje, que los clasifica en estratos diferentes de 1 a 6. Es sin duda una sociedad construida de manera artificiosa a la medida de los que botan mucha corriente. Porque la verdad, nobles en Colombia no existen. Todos los colombianos descendemos de una mezcolanza de aborígenes, que fueron brutalmente arrasados por lo peor que podía habernos mandado la madre Patria, que para con nosotros se portó como una verdadera mala matriz. Mezclas de sufridos esclavos con gente nacida en el terruño. Mezcolanza de bastardos, con hijos de bastardos, que nos hicieron una raza sin identidad, violenta y resentida. Producen risa las nostalgias de títulos nobiliarios que algunos esgrimen como naturales y otros han conseguido en el mercado de la fabricación de historia genealógica.
Llegan al extremo del paroxismo de la vanidad los políticos que aquí creen, con idiotez sin límite, ser los nobles, muy a pesar de saber que tienen un desprecio absoluto por los elementales valores de conciencia y honor, además de tener una muy estructurada descomposición de todos los valores, una subversión de todos los principios y una ruptura desenfrenada y completa de todos los límites.
Los políticos, con las excepciones que confirman las reglas, son la verdadera causa de todos nuestros problemas, la razón primigenia de todas nuestras desgracias como nación. Desde que Colombia tiene memoria, ellos han dado origen a lo peor que tiene nuestra sociedad, son los causantes de la mayoría de nuestros males y generadores de muy pocos bienes, que la mayoría de las veces, cuando realizan buenas acciones, las cometen con fines perversos, que no otros que los de su enriquecimiento personal, su acumulación de prepotencia en su insaciable gula de poder. Esos "nobles" no son nobles. Son lo peor que tenemos en nuestra sociedad, cúmulo de todas las perversidades y todos los defectos que un ser humano puede acumular para sí mismo, en el desarrollo de su efímera vida.
No hay una sola nación digna sobre la faz de la tierra, que esté levantada como la nuestra sobre los alicerces endebles de nuestra democracia, de nuestra desigualdad, de nuestra intolerancia, de nuestra enfermiza necesidad de enriquecimiento rápido, sin que para ello importe, si es legal o ilegal, lo mismo da, que para nuestros dirigentes y sus amigos, los límites entre lo justo y lo que no lo es, no existen, se pasan por la faja la majestad de la Justicia, se creen dueños de tronos que no les pertenecen, usurpando con el voto de confianza que les dieron sus conciudadanos, la mayoría de las veces conseguidos con baratijas y prebendas, en las compra ventas de votos cautivos en que hemos dejado convertir el ejercicio de la política en Colombia. Una profesión más indigna que la prostitución, de la misma antigüedad, pero mucho más requintada, más sofisticada, más hipócrita.
Este panorama no es nuevo, se repite a diario, en cada hora, en cada rincón, con más indignidad cada vez. Indignidad más sofisticada sí, pero no menos deshonesta. La clase dirigente que tenemos está conformada, repito, con las excepciones que confirman la regla, por una caterva de delincuentes de cuello blanco, que se adueñaron del poder, que contratan con los que se adueñaron del poder, que le pagan a los que tienen el poder, que sobornan a los que tienen el poder.
En fin, toda una cadena de corrupción que hace de Colombia un país paria en el mundo, donde se puede delinquir sin pena pero con gloria, con la complicidad de una justicia que tiene jueces muy honestos, la mayoría, rodeados de jueces muy pícaros, con precio, comprables, etiquetados como en las subastas, con valores al mejor postor, al que se venden por podridos pesos. Una justicia así es mancillada a diario por los deshonestos que en ella trabajan y que hacen quedar mal a la mayoría de funcionarios de la rama judicial, honrados y probos, pero acorralados en medio de tanto delincuente con toga y birrete.
Ahora nos aprestamos a asistir a la comedia montada por los políticos en los aposentos del Congreso, para dejar en claro que aquí mandan ellos, que el ciudadano del común está a merced de los mercenarios que hacen política en Colombia, interesados en su propio bienestar, en hacerse a fortunas inmensas, con el tráfico de influencias, las cuentas de cobros en la celebración de contratos, las triquiñuelas con que juegan, en este país acorralado por los corruptos, ensangrentado por los violentos, esquilmado por los pícaros, amenazado por los violentos, desangrado por los inescrupulosos, gobernado por mediocres y cínicos, que convirtieron el arte de gobernar en un negocio que mueve millones, billones de pesos, que salen del bolsillo de los contribuyentes, que trabajando de sol a sol, intentan mantenerse en un país que no hace nada contra la informalidad, patrocina la limosna oficial como política de Estado y convierte este rincón del mundo, en un epicentro de desfalcos, trampas, triangulaciones, robos, peculados y picardías, que harían sonrojar a cualquier ciudadano en cualquier parte del mundo.
Mientras no cambiemos toda esa manada de burócratas que acaban con el país, no tendremos la posibilidad de construir un país decente, porque los dirigentes que hacen las leyes, son descaradamente indecentes.
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