Estamos hasta la coronilla con los testigos falsos. Existen carteles mafiosos que preparan y organizan testimonios a cambio del vil metal. Son recientes las verificaciones sombrías. Sigifredo López después de estar cerca de 10 años secuestrado, fue convertido en un judas perverso que planeó y culminó el plagio de los diputados del Valle, sus compañeros en la duma. El Fiscal General de la Nación, con rostro estremecido, contó al país que estaba culminando una investigación que produciría un terremoto nacional. Poco después de un suspenso de miedo, surgió el señor López como maquinador del crimen. Su nombre fue pisoteado, calificándolo la sociedad como un criminal lombrosiano. El país, con pánico, entró en un suspenso de horror. Era inconcebible tanta ruindad moral en una persona que había recibido los honores de la democracia, eligiéndolo para un cargo de alta responsabilidad social. Pobre esposa y humillados hijos, desventurada familia del caín, repudiable aún en los mismos antros del averno.
Cuando Sigifredo López era un cadáver tirado al muladar, mirado, además, por la nación con asco, la defensa logró probar que todos los testigos que lo vinculaban con el pavoroso delito eran unos perjuros. López resucitó de las cenizas como el ave fénix. Hasta aquí la doliente historia.
Lo mismo está ocurriendo ahora con el aburridor teatro montado en torno de la muerte del joven Colmenares, denunciadas las entretelas perversas por la Fiscalía y similar tragedia acaba de vivir un parlamentario de Caldas. Los pestilentes malandrines desde las cárceles, o los enemigos ocultos, o los parientes cercanos a las víctimas que deambulan con su dolor a cuestas, arman un crochet protervo mediante el pago a unos sujetos de la pocilga que se encargan de jurar lo que no es cierto.
Los que nos curtimos haciendo defensas penales tenemos experiencias amargas. Los mafiosos buscan litigantes, que por cualquier camino, les "arreglen" sus problemas y con maliciosas miradas de soslayo, preguntan por los jueces o magistrados que "comen". Llegan a los despachos de los abogados litigantes con maletines cargados de oro rutilante, para exigir, como condición previa, la seguridad de que se logrará la libertad de quienes integran su cohorte bandolera. Mas aún: los mismos sujetos celebran las sentencias que vendrán, en razón de los "arreglos". ¡Ay del letrado que no cumpla el satánico compromiso! ¡Paga con su vida!
Los criminales con toga son una excepción, pero que los hay, los hay. La pregunta es escueta: ¿por qué con días o semanas de por medio, los interesados en un resultado judicial celebran los "convenios" logrados con quienes imparten justicia? ¿Qué abogado gestiona, qué mafioso intimida, qué rico paga, o qué político influye para que las sentencias vengan vestidas con un "concertado" ropaje? Si un profesional del derecho jamás puede anticipar el contenido de un fallo, cuyas premisas y decisión final nadie conoce, ¿por qué festejan, con marrullera alegría, lo que un juez unitario o colegiado, habrá de resolver?
La justicia es sagrada. Quien a nombre de ella absuelve o condena es un sacerdote que debe estar libre de sospechas. Son desmoralizantes las soterradas noticias sobre los burócratas judiciales que "muerden" la carnada, enredados en el anzuelo de la prevaricación. La justicia es el templo de Dios.
La gente del hampa indaga: ¿juez: cuál es tu precio? Indignante pregunta solo dirigible a esos bribones que han convertido su conciencia en una cloaca del mal. Nadie es capaz de ponderar la desmoralización de la sociedad cuando se percata que en determinados resultados hubo un pacto simoníaco entre quienes esgrimen la ciega espada de la ley y una delincuencia escondida que actúa en los chiqueros del crimen.
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