En Colombia hay pésimas costumbres alimenticias. Ello trae consigo la disminución de nutrientes básicos necesarios en cada persona para mantener una salud que le permita comportarse adecuada y cotidianamente frente a los diversos compromisos que le corresponde atender como un ser humano. No es novedoso decir que el pueblo colombiano sufre de hambre, pero este problema no es solo dietético.
No está relacionado con la deficiencia aceptada voluntariamente como resultado de dietas absurdas que posteriormente producen más lesiones psíquicas, que la misma obesidad. No, es el hambre forzada por las circunstancias en las cuales vive la persona, independientemente de su edad y sexo, que no tiene una solución duradera y que solo calma sus necesidades con ocasión de las pocas monedas que pueden obtener el hambriento o su familia.
Los colombianos se han acostumbrado, peligrosamente, a tener información sobre el hambre de sus conciudadanos y a ver, más doloroso aún, personas y sobre todo niños -aterrador-, con evidentes signos de falta de alimentación adecuada.
Hay varias maneras de medir el hambre. Desde las más evidentes en quienes deambulan por las calles o se estacionan en ciertos sitios de mendicidad, o quienes por su condición social prefieren guardar silencio y solo los allegados conocen de la de la pobre ingesta de alimentos, hasta los efectos deletéreos, tempranos o tardíos, que sufren las personas que no han tenido los suficientes elementos nutricionales medidos en calidad y cantidad, pasando por la cuantificación individual y colectiva de los diferentes componentes indispensables para la construcción y mantenimiento de un cuerpo con su psiquis adecuados al tiempo de desarrollo.
Importa lo que sucede en otros países, como Haití, en la periferia de las grandes ciudades latinas, asiáticas o las africanas, incluyendo el campo, con las tremendas evidencias que muestran los estragos del hambre por la permanente ingesta deficitaria de alimentos esenciales. Sin embargo, lo trascendental es lo que acontece en Colombia y más propiamente en Caldas.
Está circulando un documento muy bien editado, producido con el apoyo del Instituto de Investigaciones en Salud de la Universidad de Caldas, a cargo de la doctora María Victoria Benjumea R., en donde se consignan datos seleccionados de la Encuesta Nacional sobre Nutrición, realizada en el 2010.
Entre las cifras presentadas se identifica que los datos por sí solos son tan evidentes en demostrar las deficiencias nutricionales, que en un primer impacto son increíbles en una región como Caldas, que se supondría es diferente a las demás.
El eje central del documento consiste en demostrar el hallazgo e importancia de la anemia producida por carencia de hierro en los niños menores de seis años.
Si la investigación hubiera sido realizada hace 100 años habría que concluir que se debía a parásitos productores de anemia, las uncinarias, que penetran por la piel o mucosas desde el suelo y más propiamente en las tierras cafeteras, plataneras y otras sin adecuados manejos de las excretas humanas.
El 25% de los niños caldenses entre seis meses y cinco años tiene anemia por carencia de hierro. Es una cifra tan demoledora que indica que una cuarta parte de los niños del departamento pueden tener problemas físicos, y lo que es más desconcertante, denuncia que su desarrollo cognoscitivo se va a ver comprometido. De otro lado, en Colombia, los niños con anemia en el primer año de vida ascienden al 31%. Entonces: ¿Qué le podrá esperar al país cuando sean adultos?
¿Para qué tanta tecnología para los infantes si no tienen suficientes elementos nutricionales que apoyen su salud mental completa?
Los mecanismos para modificar la ingesta de hierro son diferentes. Los autores del documento incitan a la fortificación del agua potable con el mineral suministrado en forma de sal, la cual es apta para el consumo humano. La propuesta merece ser considerada frente a otras estrategias y resultados esperados.
Finalmente: ¿Qué pasará con la desnutrición de los caldenses? La excusa no podrá ser que es un problema nacional y de vieja data.
Nota: Pasa el tiempo. ¿Y el Hospital Universitario?
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