A nadie le debe caber duda que el TLC (con USA) causará un desastroso impacto en el campo colombiano. Lastimosamente el sector agrario fue deliberadamente sacrificado en este tratado. Para los negociadores colombianos, como su contraparte extranjera, el agro representa un esquema económico obsoleto, indicador de retraso y si se mira desde un punto de vista de rendimiento de inversión tienen razón. Donde se equivocan contundentemente es en que la agricultura es un tipo de vida y a la vez eje de una comunidad. Claro que quisiéramos más fábricas y talleres y menos fincas, pero al no estar el país ni medianamente ‘listo’ para ese avance, no podemos dejar morir el campo ya que él es el respaldo para poder avanzar por la senda del desarrollo económico. Con el TLC queda toda la agricultura colombiana, la grande, como los palmeros y los cañeros, los pequeños y medianos paperos y cafeteros, pero en especial el jornalero que hace funcionar todo el sector, expuestos a cambios pactados en Londres o la bolsa de Nueva York, que alteran el negocio por completo.
El país que proyectan y diseñan los impulsadores y defensores del TLC simplemente no existe, es una teoría completamente foránea que no aplica a nuestro país de regiones y por ende de territorio de una producción agrícola tan variada, tan biodiversa, que no se presta para ser ‘globalizada’ a las carreras. Sería necio negar que hay sectores que se beneficiarán con el TLC y en sí el TLC es un estado ideal al cual tal vez llegaremos en muchísimos años, mas lo que olvidan los defensores del TLC es que el precio social de este tratado se convertirá en un peso imposible de manejar. La descomposición social llegará a extremos no vistos. Colombia, en conjunto, se volverá sumamente atractiva para los grandes capitales extranjeros y nacionales, pero abominable para sus propios habitantes, especialmente los más desamparados.
¿Qué podemos hacer nosotros, los colombianos, para mitigar el impacto? Daré un ejemplo que representa el poder que todavía está a nuestro alcance para prestarle una fuerte mano al campo. En los años 80 la BP, uno de los grandes del petróleo, iba a hundir en el Mar del Norte una plataforma petrolera anticuada. El hundimiento para la BP era muy rentable porque el océano se tragaría todo el crudo acumulado en tuberías y bombas a muy bajo costo, pero con un impacto ambiental notorio. Al momento que la noticia se hizo pública en Alemania, Francia, Bélgica, Países Bajos y Gran Bretaña, la gente decidió no comprar más gasolina en las estaciones de servicio vinculadas a esta multinacional. Las ventas de gasolina de la BP decrecieron en 15 días en un 35%. Las hábiles directivas del consorcio petrolero decidieron desmontar, con todas de la ley la plataforma vieja, causando el mínimo daño al ambiente con el urgente fin de recuperar sus ventas. ¿Qué pasaría si nosotros, los compradores, no adquirimos productos alimenticios importados que estén compitiendo con los locales? ¿Qué tal si revisamos el producto antes de echarlo en el carrito, no solamente por la fecha de vencimiento, sino acerca del origen y le damos total prelación a los productos nacionales? El viejo proverbio dice que el cliente es rey, ¿por qué no nos apoderamos de esa corona y exigimos que el comercio apoye el campo colombiano? ¡Si se pueden exigir prácticas afables con el ambiente, es de lógica que se puedan exigir prácticas amigables con el campesino colombiano! Si nos quejamos de la proliferación de la inseguridad, de la prostitución juvenil, del microtráfico y de todos estos desastrosos síntomas de crisis económica, ¿por qué no actuamos mancomunadamente y apoyamos nuestro agro, a esos hombres y mujeres que logran un austero sustento de esta actividad? Y si el mercado nos sale cinco mil pesos más costoso, ya que preferimos los productos de nuestra tierra y esto al año suma casi 200 mil pesos, estamos pagando una especie de póliza, las pérdidas, en un solo atraco, en un solo robo, significarían esa ‘inversión’. ¿Pero cuánto bien le podríamos hacer al campo colombiano y su gente apoyándolos? ¿Cuántas niñas venidas del campo no veremos vendiendo sus cuerpos en las calles de Manizales y cuántos metros cuadrados de tugurios podemos evitar si concientizamos lo que hacemos cuando mercamos? Rescatemos lo que miopes políticos embarraron y busquemos un futuro para Colombia. No nos dejemos seducir por una publicidad fácil y perjudicial, pensemos que consumir se ha convertido en un acto ‘cívico’, que con él hacemos surgir empresas o las condenamos al fracaso. Tenemos el poder adquisitivo, el cual podemos emplear como herramienta para que conceptos de prácticas ‘sanas’ sean integradas en la economía. Planteemos claramente: que el comercio que defienda a nuestro campesino contará con nuestra preferencia.
Hay en Manizales una entidad que cumple cien años y se llama Cámara de Comercio de Manizales. Para celebrar con sostenibilidad ese aniversario debería pronunciarse acerca del impacto del TLC en su jurisdicción y liderar la mitigación de ese funesto impacto. La Cámara de Comerció de Manizales si quiere estar a la altura de los proyectos adelantados por ella en el pasado, debe pronunciarse y recapitular su política. Ella debe volverse instrumento de cambio y defender las necesidades de la gente, porque sin consumidores no habrá comercio, habrá sí, mucho microtráfico. Una campaña de esta índole le caería a la Cámara de Comercio como anillo al dedo y sus directivas rejuvenecerían su ‘centenaria’ imagen.
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