La palabra hablada o escrita es, por excelencia, un medio de comunicación. Admitida la premisa, hay que reconocer que lo que se dice o se escribe tienen que entenderlo los receptores del mensaje o, de lo contrario, el comunicador perdió el tiempo. Es fácil descubrir al que sabe sobre un tema determinado, porque al exponerlo se hace entender. En cambio el ignorante, puesto en el podio para dictar una conferencia o frente al teclado para preparar un ensayo, trata de enredar la pita con términos rebuscados, como una manera de encubrir su desconocimiento del tema, pero sembrando en el auditorio, o en los lectores, la duda.
El sabio es sencillo en el discurso, fluido. Si el tema es muy complejo hace todo lo posible por hacerse entender con ejemplos sencillos, al estilo de las parábolas que usaba con frecuencia Jesús para dirigirse al pueblo, y a sus discípulos. Hawking, el cosmólogo británico contemporáneo, cuya teoría de la expansión del universo causada por una explosión no es hueso fácil de roer, sin embargo en su libro La Historia del Tiempo pone el tema en un lenguaje que los legos en la materia puedan entender, aunque sea a medias. Lo mismo el profesor Rodolfo Llinás, el neurólogo colombiano que trabaja en la NASA calificando la capacidad mental de los candidatos a astronautas, entre otras cosas, cuyos conocimientos sobre el cerebro humano no se explican fácilmente y, sin embargo, concede entrevistas a los periodistas en las que aterriza en sus explicaciones, de manera que los lectores le cojan aunque sea terminal, pero queden contentos con ese premio de consolación.
En cambio cualquier papanatas, inepto y bruto, con un título de Harvard, la Sorbona u Oxford, conseguido con un tres raspado, gracias a que el papá es rico o tiene un puesto diplomático; o bajado el diploma de Internet, previo el pago de una modesta cantidad de dólares, proveniente de cualquier universidad de garaje, cuando le dan la oportunidad de subirse a una tarima a descrestar boquiabiertos comienza por enredar la conferencia desde el título: "La globalización aplicada a la eliminación de zancudos en las inundaciones del río Atrato" o "Incidencia de la revaluación en la tasa de suicidios con raticida", para lo cual se presenta elegantemente vestido, según los dictados de las revistas de modas: traje estilo francés, con chaqueta de solapa recta, bolsillos de tapas y doble abertura atrás; y pantalón tipo escopeta de dos cañones, sin quiebres, de paño inglés producido en Medellín y traído de contrabando de Panamá. Camisa de seda irlandesa de cuello blanco y cuerpo a rayas, hecha en Pereira. Corbata italiana, confeccionada en el Barrio Restrepo, de Bogotá; y zapatos ingleses, "made in Bucaramanga". Lleva el pelo montado por encima de las orejas y usa anteojos pequeños y redondos, al estilo de Elton Jones, que no necesita para nada pero que le dan un aspecto sofisticado. Y toda esa parafernalia para decir pendejadas durante cuarenta minutos o una hora, que nadie entiende; ni él mismo.
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