Si el deporte les gusta poco puede que no sepan quién es Robert Enke (aunque sean fanáticos tampoco garantiza que lo conozcan). No importa: no hay razón para hacerlo. Yo poco sabía de él, o no recordaba haberlo visto, hasta que un amigo me regaló un libro titulado "Una vida demasiado corta", escrito por el periodista alemán Ronald Reng. La historia de Enke, para resumírselas, va así: un joven portero alemán que pasó por grandes equipos -desde el Benfica de Mourinho, en Portugal, hasta el Barcelona pre Guardiola-, y que a los 32 años, víctima de una depresión, se suicidó tirándose a las vías de un tren.
La historia está tan bien contada (periodistas deportivos, por favor, tomen nota), que Reng logra sumir al lector en la desesperación de Enke y mostrar el inmenso miedo que le producía decepcionar a quienes en algún momento creyeron en él. En otras palabras: el pánico que tenía de fracasar. Por eso, más que una simple crónica deportiva, el libro es una aproximación humana -muy humana- a un hombre con miedo a la vida y a una enfermedad tan común como ignorada (al momento de su muerte, en 2009, Enke se preparaba para ser el portero de la selección alemana en el mundial de Suráfrica).
Por supuesto que la culpa de su muerte la tiene, en gran parte, la depresión, y no pretendo poner en tela de juicio lo dañino y peligroso que resulta para un paciente sufrirla. Eso está claro: no es difícil encontrar miles de casos en las gavetas de los psiquiatras. Lo que me llama la atención es que, tanto en el competido mundo deportivo como en la aún más competida vida laboral, ninguno de nosotros parece venir preparado para fracasar; simplemente es algo que jamás nos enseñan. Hagan la prueba: la sola mención de esa palabra, fracaso, hace que más de uno haga una mueca incómoda y abra los ojos. Nadie quiere ser un fracasado, ninguno desea perder: todos buscamos llegar siempre más alto, más lejos, más allá de lo que incluso nosotros mismos creemos que podemos. Esa es la consigna, la ley de estos tiempos: "mijo, uno en la vida tiene que ser alguien".
Y eso es lo que está mal. Si desde niños nos enseñaran a fracasar; si nos dijeran, como si fuera lo más normal del mundo, que otros también han fallado y seguirán fallando; si en vez de presionarnos con ser los mejores nos advirtieran que la vida está tan llena de fracasos como de alegrías (y que a veces son más los primeros que las segundas), tal vez seríamos, ahí sí, el segundo país más feliz del mundo. Pero parece que nada de eso estuviera permitido, y cuando una cosa así sucede lo primero que nos dicen es una brillantez colombianísima: "pa’ atrás ni pa’ coger impulso".
Tal vez si nos permitieran (y nos permitiéramos) fracasar, historias como la de Enke podrían evitarse. Es mucho más complejo que eso, lo sé, pero la presión que ejerce una sociedad que siempre espera algo de nosotros -lo mejor-, y que mira con desdén a todos aquellos que no triunfan, termina cobrando caro. ¿Quién quiere ser un fracasado? Nadie, parece, pero yo igual prefiero un fracasado digno que un tipo capaz de cualquier cosa con tal de alcanzar el éxito.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015