La consagrada columnista Elbacé Restrepo acaba de publicar en la revista "Mirador del Suroeste" un divertido ejercicio titulado "Un madrazo no se le niega a nadie".
Cuenta que de pequeña oía "la grande" y un frío delgadito le subía y le bajaba por la espalda. La palabra se quedaba girando en su mente todo el día, pero estaba absolutamente descartado pronunciarla. No había un solo riesgo de que esa palabreja tan pesada, reducida a cuatro silabas en la pronunciación ligada y afanada del día a día, que se hace más lenta y más golpeada a mayor rabia, la pusiera de patitas en las puertas del infierno y un garfio a fuego vivo se le engarzara del cuello para arrojarla a una paila de lava ardiente.
Entonces (continuó la paisa) como por arte de magia y para tranquilidad de su conciencia, hasta entonces atormentada y temerosa, apareció la noción del contexto y dejó de preocuparse por las groserías de sus mayores, encabezados por su abuelo don Francisco.
Mucho después Elbacé entendió que la ofensa podía ser recibida o rechazada en virtud del tono, de las circunstancias y hasta del burro que propinara la patada, porque incluso puede ofender más un "idiota", "chupahuevos" o "bolemugre" que el tan extendido hijuetantas que a veces se dispara sin silenciador, a veces con rabia y a veces sin malicia.
En su sentir, "todos hemos tenido alguna vez, o muchas veces una mamá de dudosa reputación en boca de alguien que vacía su furia sobre nosotros. Y aunque son las madres las que se llevan la carga ofensiva del agravio, en ocasiones ni se enteran. Hacen bien, casi siempre se trata de un entierro en el que ni siquiera tienen velas… al cabo que un madrazo no se le niega a nadie".
Así redondea la muy leída columnista su delicioso artículo: "Basta anteponer un sustantivo al destinatario del insulto para definir el podio de las mamás más injustamente puestas en tela de juicio.
La del negro, sin ninguna connotación racista de mi parte, ocupa el primer puesto.
Le sigue la del perro, que no es un animal en este caso sino alguien a quien se le infringe una carga grande de desprecio en un momento de ira e intenso dolor. La del bobo, séalo o no, es una combinación inseparable.
El fútbol es un productor de alto rendimiento de mamás insultadas por cuenta de sus hijos.
La del árbitro, la del director técnico del equipo perdedor; la del goleador que dejó de serlo en los partidos definitivos del torneo y la del presidente del equipo, culpable de todos los fracasos. Los madrazos van y vienen antes, durante y después de cada fecha futbolera.
¡Ah!, me faltaban las de los hinchas revoltosos, a quienes se las mientan, con razón, en mayúscula sostenida, negrita, cursiva y con ayuda de altavoces.
En la política hay bastantes, con la salvedad de que las mujeres que ejercen la prostitución han negado con fuerza su maternidad, según el chiste. Y debe ser verdad, porque para negar un hijo se necesita que por las venas nos corran litros de agua helada en vez de sangre.
En algún momento de la vida, con motivo o sin él, a todos nos han mentado la mamá, llámese Dania, María Dolores o Cecilia. A mis hijos, sin duda, también se las han abrochado tantas veces o más como a mí la mía".
La apostilla: El moñito también es de la cosecha de la muy amena columnista antioqueña: "De tanto ser usado, el madrazo le perdimos el respeto, por eso pasa resbaloso la mayoría de las veces. De doler, ya se hubieran muerto las mamás de los "azules", de los alcaldes de turno, de los policías, de los choferes y de los, pobres, más de espíritu que de otra cosa. ¿O quién no ha exclamado un "pobre hp" sin que cuente para nada el extracto bancario del destinatario? La madre si no".
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