A mí sí me da mucho pesar que mi sobrina haya crecido con una televisión que le muestra a los mafiosos como grandes personajes de la historia del país. Ella, que acaba de cumplir quince, se ve todas las series gringas pues de la televisión colombiana solo le gustan las narconovelas, porque el resto le parecen "súper cursis". Y no solo por el cuento truculento que estimula en cualquier adolescente el sueño de conseguir plata fácil, sin trabajar ni estudiar pendejadas que no sirven para nada, sino también porque estas series son bien producidas, en un formato de cine, grabadas en exteriores, con excelentes actores, tienen acción, intriga, sangre, amores y pasiones, y además unos protagonistas que creen en la amistad y la lealtad, y que se hacen matar por su familia y sus amigos.
Creo que ella no se ha visto nunca "La traicionera". Pero solo por la imagen, que es como de telenovela venezolana: plana, muy colorida y medio loba. Es probable que si supiera que la heroína de la historia odia al planeta entero, no quiere ni a la abuelita y además es asesina, le daría una oportunidad a pesar de que parezca un novelón. Y no es de Venezuela. La escribió un argentino y fue un éxito en su país en el 2010. Aquí la adaptaron y le cambiaron el nombre. Si le hubieran dejado el original, con toda seguridad tendría más rating, describiría mejor al personaje, y mi sobrina la vería. Allá se llamaba Malparida.
Mató al papá la muy… traicionera. Y aunque el tipo era malo y la extorsionaba, eso no se puede negar, lo grave es que los televidentes hacemos fuerza todo el tiempo para que lo pueda matar sin que la pillen, para que acabe el matrimonio de su amado, y culmine su venganza con broche de oro matando rápido a Víctor Mallarino, entre otras, para no tener que ver más su pésima actuación. Ya lleva como cinco muertos la traicionera, pero como es divina y seductora, a nadie le importa, ni piensa que ella merece un castigo.
Cuando transmitieron El capo, mi sobrina tenía 13 años, y creo que fue su primer amor. Se enamoró del mafioso, como todas las que lo vimos. Y ahora en agosto viene la segunda parte, pues no ha sido suficiente con El cartel 1, El cartel 2, Las muñecas de la mafia, Rosario Tijeras, La viuda de la mafia y otras cuantas en cine, como Sin tetas no hay paraíso. ¡Hasta cuándo! Y todavía hay quienes dicen que es parte de nuestra cultura, nuestra historia e idiosincrasia. Y eso es lo que le mostramos a nuestra juventud cada noche para que se culturice. Para que las nuevas generaciones sepan que Pablo Escobar era el mejor hijo del mundo, el mejor esposo, amigo leal como ninguno, generoso como no ha existido otro. Pobre hombre. Todo lo hacía por su familia, que le inculcó desde chiquito el respeto por los derechos humanos, como él mismo lo expresa cada rato en la telenovela. Y lo peor es que el actor que lo representa lo dice sin el más mínimo cinismo y de una manera muy sincera y segura: yo soy un hombre consecuente porque me enseñaron desde chiquito a respetar los derechos de la gente. Y claro, semejante actor, uno queda convencido. Todo lo malo que hizo casi no lo muestran, solo lo bueno. No hay capítulo en que no aparezca con fajos de billetes que reparte a todos los pobres que se le atraviesan por el frente. Pero de las cosas siniestras se quedan cortos en imágenes, y dicen, por ejemplo, vamos a crear un grupo en contra de los secuestradores y se va a llamar MAS. Listo; próxima escena: el hombre frente a un pelotón de sicarios diciéndoles que les va a pagar buena plata. Pero no salen las matanzas y los baños de sangre implícitos en cada orden que les daba. O, muestran que la esposa lo pilla en una fiesta en la finca con fufurufas, y el hombre lo niega, las esconde y las saca en helicóptero para no crear sospechas. Cuando la doña queda convencida y él la manda para la casa, da orden para que vuelvan las nenas, y listo. Se da por entendido que sigue la rumba y que Pablo es un hombre que hace todo para no ofender a su mujer. Pero no muestran la fiesta, la droga que se metían, las orgías que armaban, la decadencia de un ambiente en que las mujeres eran cosas a las que se les incrustaba silicona por todas partes para que quedaran hechas a la medida del mal gusto de los comensales.
Parece que solo nos queda rezar para que los libretistas, realizadores y creadores de la televisión colombiana sean un poco más creativos, a ver si sueltan este vergonzoso tema que ya nos tiene mamados, y se dedican a inventar historias que recreen la vida y el amor. Porque Escobar y la Malparida puede que suban el rating, pero bajan la moral.
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