El 14 de septiembre de 1977 al presidente López Michelsen (1974-1978) le organizaron las centrales obreras un paro nacional, para protestar por las mismas vainas de siempre: los salarios, las medidas económicas, el clima, la intervención del imperio yanqui, los precios de los alimentos… Esa es una forma de mantenerse vigentes los dirigentes sindicales, quienes así demuestran que trabajan por los asalariados y por el pueblo oprimido.
Ese movimiento tuvo la novedad de que buscaron los organizadores paralizar el país regando en las calles de las ciudades puntillas, clavos de herrar y elementos similares, pegados a pedazos de madera, de manera que los vehículos no pudieran transitar; y los que se atrevieran a hacerlo corrieran el riesgo de quedar varados, con las llantas completamente pinchadas.
Muchos ciudadanos enfrentamos esa contingencia, como expresión de respaldo al gobierno y de rechazo a ese tipo de protestas. Tres días después del bochinche, el 17, le envié una carta al Presidente en la que le decía: "…me queda la satisfacción de no haberle dado gusto a los subversivos y haber sacado el carro para irme al trabajo a la hora acostumbrada, corriendo el riesgo de terminar el viaje a pie, como un acto de respaldo al gobierno; y de haber transmitido ese sentimiento a mis compañeros de trabajo, todos los cuales asistieron a la oficina, inclusive una niña, que caminó desde Fontibón hasta el Parque Santander. Ellos, como yo, pensaban que el país no se les podía entregar a los revoltosos; y que al gobierno legítimo había que respaldarlo".
El 7 de octubre siguiente el doctor López me contestó: "Ha sido particularmente grata y estimulante para mí su atenta nota de septiembre 17, la que no había podido responder con la prontitud que hubiera deseado, por el cúmulo de tareas que he tenido que cumplir en los últimos días.
Sin embargo, no puedo dejar de dar respuesta a un colombiano que, como Ud., en forma tan desinteresada ofrece su respaldo al Jefe del Estado y le demuestra que el pueblo sí entiende lo que está haciendo este gobierno y las dificultades que ha tenido que vencer para hacer de Colombia un país más justo y más equilibrado.
Reciba Ud. el testimonio de mi reconocimiento y de mi amistad. Alfonso López Michelsen".
Años después, fui al aeropuerto La Nubia para viajar a Bogotá. En la sala de espera estaba el expresidente, solo sentado en una silla y en la hilera del frente su esposa, doña Cecilia, charlando con unas señoras. Me le acerqué y lo saludé: -Presidente López, ¡qué gusto verlo! -Usted qué hace aquí, José, me contestó. (Carajo, ¡qué memoria!, pensé.)
Lo acompañé ahí mientras llegaba el avión de Byron López a recogerlos, y recordamos el encuentro en Buga, en casa de Arsayuz, y las cartas que nos cruzamos cuando el fatídico septiembre de 1977. Le pregunté por qué no viajaba en el Twin Otter y me contestó: "Yo, José, ya he montado en canoa, a caballo, en avionetas, en buses escalera, en jeep… y, después de sobrevivir a caminos, ríos y espacios turbulentos, no vuelvo a viajar sino en jet. El avión de Byron nos lleva a Pereira a cogerlo". Por sugerencia del doctor López doña Cecilia me dio el teléfono de su residencia y después, varias veces, lo llamé para hacerle alguna consulta histórica o comentar hechos nacionales y siempre me atendió amablemente.
Alfonso López Michelsen, fue uno de los hombres intelectualmente más completos que ha dado Colombia, como político de ideas originales, estadista, catedrático, políglota, escritor tan profundo como ameno, folclorista… y bohemio de tertulias musicales, especialmente con rancheras y vallenatos; y con mujeres hermosas, a quienes hechizaba con su conversación y su exquisita y refinada galantería.
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