No lejos del zoológico de Frankfurt crece el inmenso nuevo edificio del Banco Central Europeo, que parece una torre de babel junto al río Meno, en la tierra del gran Goethe, hijo predilecto de la ciudad. Pululan en la zona algunos edificios modernos de apartamentos que serán destinados a albergar a los cuadros de este mastodonte financiero en la capital económica europea y poco a poco se siente ya la presencia de los privilegiados de cuello blanco que llenarán cafeterías y restaurantes de lujo.
Estrasburgo alberga al Congreso comunitario, Bruselas a las instituciones políticas y diplomáticas y Frankfurt a los cerebros de las estrategias económicas de la Zona Europea, que ahora vive una crisis peligrosa de identidad que tratan de conjurar con mayor o menor éxito los diferentes gobiernos defenestrados sucesivamente por los ocultos poderes financieros mundiales, tal y como ha ocurrido ya en Grecia, España e Italia.
Salvo Alemania, el resto de países vive con una enorme deuda y enorme desempleo, mientras la industria palidece y el crecimiento tarda en despegar. Las fábricas desaparecen y se trasladan a países emergentes o a China, el nuevo El Dorado capitalista, donde la mano de obra vale muy poco y la democracia es una quimera oriental.
Bruselas es una torre de babel de diplomáticos de todo el mundo que se confunden con delegados de todas las instancias, sindicales, judiciales, económicas, gremiales, que acuden a la ciudad para abordar con la nomenclatura los múltiples problemas. Es una ciudad excéntrica, con un rey bonachón, en cuyas calles se libra una lucha fratricida entre flamencos y francófonos, por lo que durante más de un año careció de gobierno y funcionó muy bien con uno transitorio e inmóvil. Pero la fiesta y el buen humor se dan cita en todas partes, encabezados por el cómico corbatín del nuevo primer ministro y la rumba reinante en las calles de moda.
En Estrasburgo, por el contrario, están presentes los desleídos diputados europeos, figuras que a veces conservan otros cargos menores en sus países de origen y se aburren en los inmensos corredores y los solitarios cubículos del parlamento, encargado de debatir las leyes comunitarias. Muchos de esos diputados de todo el continente están a disgusto en el Parlamento europeo, que los aleja de los reflectores políticos locales y solo cruzan por allí fugazmente cuando tienen la verdadera obligación de hacer acto de presencia. El resto del trabajo lo harán sus múltiples ayudantes a costa del erario.
El euro tiene apenas una década de existencia y sus efectos benéficos tardan en llegar. La impresión de todos los habitantes de la zona, es que la moneda fuerte ha venido a afectar su competitividad, mientras los precios se han volado hasta la estratósfera haciendo la vida cotidiana muy difícil para los simples trabajadores y las clases medias.
En la mayoría de los países los jóvenes, cargados de diplomas, carecen de cualquier perspectiva laboral y se ven obligados a regresar a las casas de sus padres o a irse a otros lugares del planeta donde puedan llevar una vida normal. A su lado, los desempleados y los mayores viven en la carencia. Los primeros a salto de mata con empleos precarios y los jubilados al borde la miseria a merced de mensualidades irrisorias. Muchos terminan como vagabundos en las calles o hacen cola en la sopa popular.
El enorme animal tricéfalo de Europa, con una cabeza de dragón en Bruselas, otra de Leviatán áureo en Frankfurt y la de viscoso basilisco en Estrasburgo, camina con dificultad en esta segunda década del siglo XXI, amenazado por el progreso de China, India y otros países asiáticos y la competitividad de otras naciones emergentes a donde los inversionistas acuden gustosos, como es el caso de América Latina, donde hay crecimiento porque se parte de cero entre la inmensa pobreza y la precariedad.
Cargada de historia, fantasmas, palabras, museos, catedrales, ruinas, fosas comunes de miles de batallas milenarias, pestes, persecuciones, genocidios, crisis, guerras religiosas, invasiones y derruumbe de imperios, Europa es la versión gigantesca de un dinosaurio artrítico que trata de desplazarse en un mundo que a su vez trata de encontrarse, asediado por guerras religiosas y étnicas sin fin y una lucha de civilizaciones que hace coincidir los tiempos bíblicos y la modernidad en un ciclo de incertidumbres recurrentes.
Pero si en Estrasburgo y Bruselas el peso de la historia y la crisis se siente, en Frankfurt, la torre del Banco Central Europeo crece como animada por una liviandad que sorprende y tal vez le otorgue la prosperidad alemana que lo circunda.
Los ágiles y coloridos tranvías de la ciudad recorren las calles como serpientes juguetonas y se instalan aplicadamente en las estaciones ecológicas, mientras el metro, amplio y limpio, difiere de los viejos túneles de los otros países cargados de miserables. Hay una dimensión humana en la ciudad capital de las finanzas europeas como si la presencia del dinero le diera alas para volar. Todo es a escala humana en la tierra de Goethe y la gente cruza en bicicletas mirando hacia el futuro con confianza.
A unos pasos de la ciudad están los bosques cantados por Goethe, Novalis o Hölderlin, aunque a veces la calma de patos y grullas se ve perturbada por el paso de los enormes aviones de Lufthansa que aterrizan en el aeropuerto, motivo de discordia para los citadinos que exigen cerrar una nueva pista recién abierta, lo que parece lograrán animados por el avance de los ecologistas y la izquierda de Die Linke, que desafían el vigoroso poder financiero.
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