Twitter: @luisfmolina
Escribo esta columna con el miedo aterrador de ser víctima del fascismo oral al que aplica cada vez el presidente ecuatoriano Rafael Correa. Como lo anticipé en la pasada columna, se confirmó que esta alta dignidad del vecino país brillará por su ausencia en la próxima e importantísima Cumbre de las Américas, a la que los medios de comunicación del país han denominado el evento político del año en el continente. Ya todos sabemos que la propaganda mediática hace un buen rato olvidó ponderar la trascendencia de los hechos.
Guardo una sola imagen de Rafael Correa Delgado en mi mente y quizás ustedes la compartan también. Ya son más de cuatro años desde que el entonces presidente colombiano Álvaro Uribe y Rafael Correa se dieron la mano para disminuir la tensión política de entonces. Correa Delgado compartió una tierna mirada hacia Uribe Vélez, que demostró su flexible actitud para romper las barreras del miedo bélico.
Desde entonces, Rafael Correa cree ser el dueño de la razón en su país. La forma en que ve los problemas es única y comparte la paranoia de un colega suyo en la región, la cual consta en atribuir todos sus líos a intereses extranjeros. Ahora, el presidente ecuatoriano enseña que puede tratar sus asuntos internos y criticar los externos. Allí radican las razones por las cuales estará ausente de la cita diplomática en Cartagena de Indias este mes.
Sus argumentos son dos: Lo que él llama “el inhumano bloqueo a Cuba” y la “aberrante colonización de las Islas Malvinas”. De hecho, Correa fue quien inició un movimiento dentro de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) para declinar en la invitación hecha por el gobierno colombiano y la OEA a la próxima Cumbre de las Américas. Lastimosamente para Correa, su propuesta nunca caló. Venezuela, Bolivia y Nicaragua ya confirmaron la asistencia de sus altas dignidades al encuentro presidencial. La única función que cumple Correa con su grito vagabundo es aislar diplomática y políticamente a Ecuador. Más vale asistir y disentir que ausentarse y quebrantar.
El ahínco de Rafael Correa durante las más recientes semanas fue de un rotundo “no” para la cumbre. Luego, y al ver el espaldarazo de los otros países del ALBA hacia la reunión, su mano dura comenzó a torcerse. Finalmente, y a lo que van las repetidas negativas cuando son emotivas, su perfil político individual lo obligó a declinar su asistencia.
Visto desde lejos, la decisión de Correa deja sin vocería a Ecuador en los posibles acuerdos que se puedan alcanzar en Cartagena, así como bloquea a su país en la formulación de compromisos para combatir la pobreza en América Latina.
En su trasegar por el Palacio de Carondelet, Correa ha tenido graves problemas. Una sublevación de la policía por poco le arrebata su puesto como jefe de Estado, sumado a sus múltiples críticas al gobierno colombiano luego del ataque al campamento del líder guerrillero de las Farc Raúl Reyes y una constante e inmadura pelea con la prensa de su país, lo hacen uno de los líderes más polémicos en América Latina. Eso sí, ha hecho respetar su país por encima de todo y no ha bajado la cabeza para insistir que la soberanía de la nación que preside debe honrarse como cualquier otra.
Sin embargo, cuando alguien en el poder se torna un guerrero mediático, ello puede indicar una sed aún más grande de protagonismo. Sus discursos se asemejan bastante a los de Hugo Chávez y la forma en la que participa de los medios es inquietantemente parecida. Inclusive, comparten el gusto por la censura y las prohibiciones a la libertad de información, porque consideran que sus altas dignidades como presidentes se sienten amenazadas.
Hace poco, y sobrellevando la presión de la prensa en América Latina, Rafael Correa optó por “perdonar” al diario El Universo de Quito y a cuatro de sus integrantes, luego de que se sintió aludido e insultado por una columna en la que trataban al presidente de dictador y lo acusaban de "haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente” durante la sublevación de la policía en 2010. Su persecución terminó en que su poder no puede ser factor para censurar y tachar a periodistas y escritores de “sicarios”. Graves epítetos lanzados desde el ejecutivo.
El periodo de gobierno de Rafael Correa terminará en 2013. Llegó al poder en 2007, pero en 2009 convocó a elecciones adelantadas luego de una aplastante victoria en los comicios para la Asamblea Nacional Constituyente de Ecuador de entonces.
Por lo pronto, Correa verá por televisión a sus amigos y no tan amigos debatir el futuro de América, para salir el fin de semana a criticar lo que no hizo.
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