Hace menos de un mes, en la cumbre ambiental mundial “Río + 20”, el presidente de Uruguay, Pepe Mujica, intervino ante el máximo foro como orador. No pasó de diez minutos, nada elaborado, sin los rituales tradicionales de los jefes de Estado, más bien ‘campechano’, de una gran sencillez. Sin embargo, esta intervención hizo furor en las redes sociales de Internet. ¿La razón? El Presidente uruguayo dijo las verdades esenciales respecto a la crisis ambiental, la cual compromete de manera drástica la cultura, la política y la manera como vivimos las personas. Este es el enlace en Internet para verlo: http://www.youtube.com/watch?v=3cQgONgTupo, o tecleando en Google “Pepe Mujica Río + 20”. Mujica, un político y un presidente fuera de lo común, lejos del lujo y la ostentación del poder, apunta al consumismo desaforado, a la competencia descarnada y a una ambición egoísta como fuentes del desastre ambiental y, de paso, del desbarajuste social. Invita a que la política, es decir la sociedad, retome el control de unas fuerzas económicas desbocadas, que tanto en la producción como en el consumo están produciendo daños irreparables. Miren el video, son solo 10 minutos.
Al ritmo que vamos, los comportamientos que destruyen la tierra que nos sustenta están superando con creces, en número e impacto, los esfuerzos por conservarla y cuidarla. Los gobiernos, la sociedad y los individuos, estamos inmersos en una gran contradicción, la cual en últimas es autodestructiva. Y como todo está relacionado, eterna verdad que no hemos querido aprender, lo que hacemos a estos tres niveles apunta a maltratar cada vez más a la naturaleza, de la mano de unos pocos ‘paños de agua tibia’ de protección ambiental. Miremos a Colombia.
Nuestros gobiernos han sido esquizofrénicos en materia ambiental. Por un lado el país ha sido pionero en legislación de vanguardia en la materia, pero por el otro su práctica ha sido muy deficiente. Las autoridades ambientales, tales como las corporaciones autónomas regionales, han sido foco de corrupción, incompetencia técnica y acuerdos burdos entre políticos. En los últimos diez años se han promovido actividades económicas como la minería y los monocultivos tremendamente lesivas de valiosísimos ecosistemas que a la vez son muy frágiles. Por ejemplo, el ecosistema de páramo, una joya ambiental y fábrica de agua, está siendo destruido ante los ojos pasivos e indolentes de las autoridades. Y mientras este desastre ocurre, todos estamos entretenidos irresponsablemente con la política y otros circos. A nivel social tampoco salimos bien librados: la producción de bienes y servicios, que si bien tiene la gran responsabilidad de proveernos de los elementos básicos para nuestra subsistencia diaria y nuestra comodidad, cada vez se ahoga más en una dinámica perversa que consiste en hipnotizar a las personas para que consuman más y más. A muchas compañías no les importa a qué prácticas ilegales e inmorales deban acudir para fomentar la ilusión del consumo; pero por otro lado, tratando de cuidar una ‘buena imagen’, estas mismas empresas crean oficinas y desarrollan acciones de ‘responsabilidad social empresarial’, las cuales en sí mismas son convenientes, pero que cuando se contrastan con la manera como las compañías desarrollan su actividad productiva se evidencia que son un mero maquillaje para ocultar prácticas dañinas para las personas, la sociedad y el ambiente. Y en el último extremo de la cadena estamos los individuos, queriendo comprarlo todo, maltratando la tierra, el agua y los recursos de que disponemos para satisfacer nuestros apetitos desaforados, en un afán de consumo y desperdicio que produce escalofrío. Tres ejemplos: cómo nos relacionamos con el vestido, los alimentos y las basuras. En los tres eventos somos irresponsables e inconscientes.
Ante este panorama, ¿Queda alguna esperanza? Tal vez sí. Todo depende de la conciencia real que desarrollemos y de cómo se manifiesta ésta en el día a día. Debemos entender que la naturaleza, con sus minerales, plantas y animales, no está destinada para abusar de ella, que hay que tratarla con respeto y afecto, y que cuando sea preciso, utilizarla sin codicia y con consideración. Si se procede así en los tres niveles que mencionamos: gobierno, sociedad e individuos, tal vez podamos sobrevivir. Cuando comprendamos que somos parte de la naturaleza y que somos uno con ella, con todos sus elementos, entonces en ese momento sí habrá esperanza.
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