A las instituciones del país, públicas, privadas o mixtas, hay al menos dos maneras de identificarlas, conocerlas y calificarlas. Una es la visión interna y otra la externa. Pocas emplean un sistema de doble enfoque que permite una mejor aproximación. Sin embargo, lo que finalmente predomina entre la sociedad es uno de los dos conceptos que no siempre se ajusta a la realidad de lo que sucede al interior de la entidad y sus relaciones con el exterior, cercano o lejano.
No siempre una auditoría externa reconocida es capaz de detectar las sutilezas al interior institucional que pueden demostrar la situación en la cual se halla la entidad auditada y menos en cada una de las pequeñas ramas de la administración, que sumadas pueden evidenciar un panorama complejo, no pocas veces desconcertante con múltiples factores causales que en un momento pudieron ser controlables, pero que terminan por ser indicativos de que algo está pasando y no propiamente es lo que se anuncia con todos los timbales victoriosos posibles.
Ello sucede en todo el planeta, pero no por ser así es perdonable aunque la gravedad de lo hallado y falsamente informado tiene rangos de menor a mayor. Las entidades son en sí neutras en cuanto a buscar una cualificación, ellas cumplen funciones para las cuales fueron estructuradas y dependen de quienes las dirijan o las integren para lograr sus objetivos para las cuales fueron creadas.
Resulta que ante la sociedad, por intereses disímiles, las entidades, cualquiera que sea, tienen diferentes fases a través del tiempo: Unas que siempre están en el peldaño superior y otras que están mayor tiempo en el inferior y otras más que oscilan entre arriba y abajo. Estas situaciones son forzadas en muchos casos por quienes las dirigen en forma temporal, buscando una opinión que permita adoptar decisiones que luego se demuestran fueron un error y de ello la comunidad caldense recuerda muchos ejemplos pero quizá uno de los más dolorosos fue la Central Hidroeléctrica de Caldas que por una confrontación política terminó en poder de la poderosa empresa de Medellín, por incapacidad de los caldenses se perdieron años de trabajo y orgullo.
La visión interna de una institución tiene sesgos así como los tiene en mayor proporción cuando exclusivamente desde el exterior se trata de valorar el verdadero estado y el desarrollo a través del tiempo.
Aparecen en el panorama caldense personas que se han ganado un lugar en el reconocimiento social por sus actividades. Hay verdaderos ejemplos de trabajo metódico, de proyección, de probidad y en perfecto equilibrio entre la entidad que dirigen y sus posiciones personales, a las cuales tiene pleno derecho.
Cuando estas últimas tienen más impacto que las institucionales, hay que reconocer el magnífico trabajo de varios directores de imágenes en donde subyugan la entidad a la persona, a quien indudablemente hay que reconocerle sus realizaciones personales, sin el menoscabo institucional del momento o de la larga historia de la entidad, contando con decenas o miles de funcionarios a quienes hay que concederles la importancia del hecho real del trabajo en bien de la construcción de la entidad.
Las entidades merecen, derecho institucional, tener las mejores personas, humanística, académica, técnica y éticamente bien equilibradas, en la dirección de ellas y a su servicio en cualquiera de las actividades que le son afines.
Cuando ello no se cumple aparecen las catástrofes o los fenómenos que hacen aparecer bueno lo malo y en no pocos casos lo nefasto desvirtúa lo óptimo por motivos de un principio que se ha impuesto entre los seres humanos en donde el canibalismo, entendido como un símil, lo puede todo a veces por la sola costumbre de hacer daño sin ningún fin posterior.
Mucho se enuncia la corrupción, el yerro moderno ya sea por acción o por omisión. Cuando no se respetan los principios o cuando se glorifica lo que no es cierto o menosprecia lo bueno, el mar de lo corrupto inunda todo. Muchos informes de gestión son tronos al ego.
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