Difícil encontrar en el periodismo un hombre de las condiciones y cualidades humanas y profesionales de Ariel Cardona Galvis. Aferrado a los más excelsos principios éticos y morales y en la concepción de lo que debe ser la sociedad. Tuve el honor y el orgullo de ser su alumno y amigo incondicional en la vieja sede de LA PATRIA. A su lado aprendí los vericuetos en una Sala de Redacción, el cierre de edición a cualquier hora, la adrenalina que allí se vivió -porque no existía la inmediatez en los medios de comunicación como hoy-. Fue él un faro en el rigor de la información y la noticia. El respeto por los lectores. La pulcritud en la escritura. La selección de la mejor fotografía. El sentido común y el criterio. La paciencia que entonces -no había Internet- requería la espera del material vía teletipos. El sube y baje escaleras para ir donde Ramona, una de las viejas imprentas de la que él llamó "invencible armada", porque en el montaje manual de los textos "cualquier cosa podía pasar". Don Ariel llegaba de primero y salía de último. El Director de la época, Luis Felipe Gómez, lo tenía que, literalmente, sacar de su oficina. El subdirector, nuestro común amigo Orlando Sierra Hernández, era el único que se atrevía a tomarle el pelo. Lo hacía con una elegancia que hasta el gerente, Luis José Restrepo, se divertía. Su escritorio era el más grande y parecía un rompecabezas que él iba armando en el transcurso del día. No era de aguas tibias o de medias tintas. Enérgico, categórico y sin pelos en la lengua. Luchó contra la corrupción y las malas costumbres. Tenía orillas opuestas. Amaba la Fiesta Brava y aborrecía el fútbol. No fue rico pero tenía un tesoro en el que pensaba las veinticuatro horas: su familia ejemplar. Como pocos quiso el matutino. El periódico le cabía en su cabeza. Siempre tenía el dicho oportuno, dependiendo de la ocasión, para cada situación. Recordaré las tertulias en las que conversábamos un poco de todo y de todo un poco. Los toros, el pesebre, la Navidad, el tango, los pasodobles y las sevillanas. También hablábamos de política, de economía, de lo divino y de lo humano. Después de las siete de la noche cuando se desocupaba la Sala de Redacción, salíamos cada hora a tomar pintadito en los bajos del Hotel Rokasol. Sencillo. Impecablemente trajeado. No solo por su larga y fructífera trayectoria en LA PATRIA, sino por su legado, vivirá en la historia del periodismo y de quienes le quisimos con admiración y respeto. Porque seres como Ariel Cardona Galvis nunca mueren, simplemente, se van primero.
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