Entre cuadernos y juegos en medio de la pobreza creció el pequeño aquel que hoy recuerdo; se hizo joven recto y con ideales de servicio; ingresó a las fuerzas militares para ser útil y ganar algo para ayudar al sustento de su madre y hermana.
Envió las fotos de sus primeros pasos con el fusil al hombro y el ansiado camuflado que tanto le gustaba; una noche solo recuerda que una tronera y ráfagas de luz entraron a su campamento en Arauca; cuando todo pasó en minutos tuvo que gritar al ver a tres de sus compañeros bañados en sangre, con sus ojos abiertos que nunca olvida; estaban muertos.
Al querer moverse vio que sangre empapaba su querido camuflado y salía desde la zona de su pelvis; una bala había penetrado haciendo severo daño que hoy le incapacita para seguir en el Ejército y ahora en un hospital de reposo tratan de quitarle sus miedos y sensación de ruidos de guerra a cada instante.
Ahora es un muchacho más en una cama, con la mirada perdida y el alma angustiada, bajo calmantes y tratamiento siquiátrico severo; es uno más de los miles de jóvenes de todo bando que a diario son heridos más en su alma que en su cuerpo; la guerra es sucia, mata, hiere, angustia.
A una hora de este centro de rehabilitación mental donde ya no sonríe el que era vivaz y alegre está otro de igual infancia pobre pero honrada que un día se encontró con la oferta del placer fácil y veloz; un cigarro o una pastilla le enseñaron a volar en fantasías que le fueron haciendo raro, mentiroso y violento en su casita de esfuerzos y amores.
Lo envolvió la barra de cercanos que le llevaron al robo y la violencia hasta ser detenido varias veces como menor infractor que pronto estaba de nuevo en las redes sucias, libertinas y libres; un día de tanto consumir la droga que mata con lentitud cayó en convulsiones, estados pasajeros de locura, comportamientos de desadaptación social y de peligro.
Ahora está en esa pieza de encierro y tratamiento que por tercera vez procurará sacarlo de este estado lastimoso que devora ya a miles de niños y jóvenes que se hacen ineptos para estudiar, trabajar, casi para vivir.
Imposible olvidar a la chiquilla aquella de belleza sobresaliente, de pobreza recurrente, de familia sin hogar, sin padre, sin cuidados ni ideales; pronto fue víctima del monstruo fiero que escoge víctimas inocentes e ingenuas y apenas adolescente ya era solicitada empleada de la prostitución y el abuso, encajada en casas donde son abusadas, explotadas y despreciadas; les dan dinero por perderlas pero ni un centavo por salvarlas; apenas con diecisiete años el puñal de un loco amante la asesinó y le quitó la esperanza blanca.
Duele ver desfilar casos que como éstos son múltiples y cercanos; que dan sabiduría al salmo 1 cuando invita al camino feliz no al desgraciado; a sembrar la vida junto con la fuente limpia; tiene razón la invitación de nuestro Arzobispo en la Misión Continental: "es hora de volver a Dios".
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