“Millennials” han denominado a los nativos digitales nacidos en los 90 y este siglo. Su fuente de información son las redes sociales. Facebook es lo primero que miran al despertarse y lo último antes de dormir. Son volátiles y es difícil retenerlos con una marca, trabajo o partido político. Como dijo en Arcadia el profesor Roberto Palacio, “forjan su identidad con base en formatos preestablecidos”: un meme o un video viral de 15 segundos en YouTube son suficientes para construir una idea o un prejuicio. Participar es dar clic en el botón “me gusta”.
Millennials fueron los que asistieron el martes al I Foro Juvenil “Imaginando el mandatario ideal”, organizado por Prensa Escuela de LA PATRIA y la Corporación Cívica de Caldas. Ante 120 personas, en su mayoría bachilleres, los siete candidatos a la Gobernación y la Alcaldía que aceptaron el ejercicio de escuchar las ponencias juveniles, recibieron ideas y argumentos, pero sobre todo un regaño rebelde de dos horas en el que los estudiantes expresaron frases que se oyen en la calle y que se sintetizan en: “Todos los políticos son ladrones, todos roban, ninguno sirve para nada”.
Esta percepción coincide con la reciente presentación del Observatorio de Medios y Opinión de la Universidad de Manizales del sondeo Expectativas Electorales 2015, aplicado por redes sociales, cuyos resultados se resumen así: 91% de los encuestados desconfía de la clase política regional y 96% de la nacional.
El informe señala que el adjetivo más recurrente para calificar a los políticos fue “deshonestos” con 35%, seguido de “torcidos” con 19%, “vividores” con 18%, “líderes” con 8%, “trabajadores, luchadores y honestos” con 3%. El 14% usó otros como “corruptos, manipuladores e irresponsables”.
Hay quienes afirman que se trata de una mala fama bien ganada. En algunos casos puede ser, pero la generalización es peligrosa: elimina diferencias y rotula a todos bajo un mismo estigma, sin importar que al lado de incapaces, sectarios e irresponsables también haya inteligentes, trabajadores, demócratas y valientes, que dediquen su tiempo a combatir lo que otros critican.
Peligrosa esa generalización, como otra que se hace en campaña: afirmar que el principal problema de los jóvenes es la drogadicción. Diálogo de sordos en el que unos gritan “ladrón” y otros responden “vicioso”.
Vale recordar, aunque sea impopular, que sin políticos (y sin partidos) no hay democracia, ese invento griego del que hasta esta mañana no se tenía noticia de haber sido superado por otro mejor. (Sobre las “maravillas” de los caudillos sin partidos, basta mirar la paja en el ojo venezolano, para no hablar de las vigas criollas).
Imágenes simples que circulan por Facebook y frases de 140 caracteres implican retos para la comunicación política dirigida al millón y medio de jóvenes que este 25 de octubre podrá votar por primera vez. Las redes sociales tienden a mostrar el mundo en blanco y negro, a polarizar. Son terreno fácil para el bullying, la frase efectista y la emoción. Mejores los emoticones que las palabras. Mostrar matices, respeto por la diferencia, capacidad de dudar y de no tragar entero, presentar ideas y argumentos, debatir y contestar críticas son desafíos para quienes pretenden conquistar el voto joven. Porque los primivotantes, antes de preguntarse a quién elegir, cuestionan si vale la pena votar o no. Por cada “primivotante” hay también un “primiabstencionista”.
En Caldas basta revisar las redes sociales de las campañas para constatar que, en la mayoría, la brecha de lenguaje entre candidatos nacidos en los 50 y 60 y potenciales electores Millennials es enorme: Aspirantes que trinan en tercera persona o a nombre de “el doctor”, evidenciando que pagan para que otro escriba; mensajes que se limitan al registro de fotos de reuniones políticas; monólogos sin interacción, que no responden cuestionamientos, ni se involucran en conversaciones colectivas que permitan argumentar y escuchar. Del uso del multimedia ni hablar.
Esto sobre los que tienen redes. Porque en 2015 hay candidatos sin Facebook, Twitter o Instagram. Quizás creen que no los necesitan: el tamal siempre funciona.
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