En el período comprendido entre 1996 y 2010 la cantidad de desastres climáticos en el mundo doblaron su número respecto al mismo lapso de tiempo que precedió (1980 a 1995). En Estados Unidos, donde los recursos y la tecnología permiten hacer un seguimiento y una medición rigurosa a estos eventos, se pasó de 46 a 87 desastres mayores, es decir, aquellos con más de mil millones de dólares en pérdidas. En los primeros quince años los efectos de estos desastres ascendieron a 339 mil millones de dólares; en los segundos quince años la suma fue de 541 mil millones de dólares. Sequías, incendios forestales, inundaciones, huracanes, tornados, tormentas eléctricas, granizadas, ventiscas, tormentas de hielo y heladas componen el "menú" de la carta. El desastre más grave de todos los censados desde 1980, y de lejos, ha sido el Huracán Katrina. En el resto del mundo la tendencia es parecida. Por un motivo u otro, las últimas décadas han sido de gran descontrol climático y de un azar permanente para miles de millones de personas alrededor del mundo (fuente: Revista National Geographic Sep. 2012).
Nos estamos acostumbrando a imágenes diarias del paso de la furia climática por los cinco continentes. América del Norte con sus escalofriantes nevadas y temperaturas gélidas, pero también con sequías abrasadoras. En Francia una onda cálida en 2003 cobró la vida de 35.000 personas. El 5 de abril de 2010 cayó en Río de Janeiro un aguacero con precipitación de 28 centímetros de lluvia que duró un día entero; dejó más de un centenar de muertos y cientos de miles de damnificados. También en el 2010 en Pakistán las lluvias dejaron 20 millones de afectados. Sequías en Texas, Australia, Rusia y África Oriental. De Colombia no es necesario decir mayor cosa, pues hemos sido testigos o padecido los rigores de las lluvias del año pasado, cuando parecía no escampar, o del reciente período de calor y sequía.
Las razones de las fuertes variaciones climáticas de las dos últimas décadas obedecen a ciclos propios de la tierra, pero agudizados de manera sustancial por los efectos de la acción humana. En otras palabras, fenómenos cíclicos como el de la Niña y el Niño -lluvia y sequía-, se han visto potenciados en sus extremos por el cambio climático o calentamiento global, el cual en voz mayoritaria de los científicos se debe a la intervención del ser humano.
Los ciclos atmosféricos naturales, de por sí variables y con capacidad de daño, han adquirido un potenciador de consideración: el efecto invernadero causado por el hombre. Se estima que desde 1970 la temperatura promedio de la tierra ha aumentado 0,5 grados centígrados, y esto, que parece tan pequeño, propicia cambios tan fuertes que están llevando a una buena parte del planeta al desastre. Las fuerzas climáticas no son un cúmulo de fenómenos inertes, por el contrario, todo parece indicar que actúan como un organismo vivo, en una interconexión sensible y delicada. Y nosotros, las personas, hemos afectado de manera grave ese balance sutil que sostiene a la tierra. Si los océanos se calientan producen más vapor (en los últimos 25 años el vapor de agua en el aire se ha incrementado en 4%) y esto hace más probable las lluvias intensas. También el calentamiento del mar desvía las corrientes marinas y altera sustancialmente los ecosistemas que dependen de ellas. De otra parte, se merman los polos y los glaciares, lo que daña el sistema natural de refrigeración del planeta. Para finales del siglo XXI el aumento de la temperatura está estimado entre 1,5 y 4,5 grados centígrados. ¿Si con medio grado de elevación de la temperatura los daños han sido tantos, que esperar de 3 ó 4? Ahí sí habría de verdad una hecatombe global.
El desafío es enorme y la alerta máxima. Lo bueno es que muchos países están adoptando medidas para reducir el calentamiento global, promover una producción y un consumo responsable y mitigar los efectos que produce un evento climático, como por ejemplo Bangladesh que desarrolló un sistema de alertas tempranas y albergues ante los ciclones, que en 1970 cobraron la vida de medio millón de personas. O Francia con el manejo de las olas de calor y la atención rápida principalmente a las personas mayores. Lo malo, muy malo, es que el daño persiste y a pasos acelerados. La economía es muy lenta en asumir el desafío y una conciencia extractiva y consumista sigue dominando casi todas las sociedades sobre la tierra.
Lo que cada uno de nosotros pueda hacer, si bien parece muy pequeño, marcará la diferencia.
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