"Toda la noche estuve soñando con Casandro", dijo (Bolívar). Era el nombre con que llamaba en secreto al general granadino Francisco de Paula Santander, su grande amigo en otro tiempo y su más grande contradictor de todos los tiempos" (Gabriel García Márquez, "El general en su laberinto"). Más adelante, el escritor pone en boca del Libertador estas palabras: "Dios de los pobres", dijo. "Lo único que podría explicar semejante apuro es que lleve una carta para Casandro con la noticia de que ya nos fuimos". Casandra, hija de Príamo y Hécuba, tuvo el don de la profecía, concedido por Apolo, enamorado de su belleza. Desdeñado por ella, el dios la condenó a la incredulidad de quienes la escuchasen. Por esto, los que debieron hacerlo no atendieron su predicción de la caída de Troya si recibían el famoso caballo de madera; y, para su infortunio, aceptaron el ‘regalo’, y ¡ahí fue Troya! Razón por la cual a todos aquellos que predicen desastres, y que también llaman ‘aves de mal agüero’, les dicen ‘casandras’, asentado sólo por el diccionario de María Moliner, como sustantivo femenino anticuado; y utilizado por el senador Roy Barreras en la siguiente frase: "Suponen las Casandras que para mantener la firmeza en seguridad hay que eliminar la idea de la paz..." (El Tiempo, 14/4/2012). Menciono todo esto sólo para decir que en esta frase, ‘casandras’, por tratarse de un sustantivo común, debe escribirse con minúscula inicial. En el texto de GGM está bien empleada esta mayúscula, porque ‘Casandro’ era, según el narrador, el apodo de Santander; lo mismo que el de Bolívar, ‘Longanizo’. La humanidad ha sido, es y será siempre la misma.
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No es admisible, desde ningún punto de vista, que los redactores del semanario de la Arquidiócesis de Manizales, El Mensajero, no sepan escribir ‘confesión’. ¿No lo creen? Pues, entonces, lean: "… que escuchen (los sacerdotes) la comunidad; a través de la confección, transmitir la misericordia de Dios a tanta gente necesitada..." (El Mensajero, 15/4/2012). Este desatino se encuentra en la página 7, Panorama Informativo. Preferible habría sido que el redactor hubiese escrito el nombre de este sacramento con una sola ‘ce’. ¡Seguro! En el mismo medio, grande, grandísimo, se lee este adefesio: "TEMPLOTÓN". A vocablos estúpidos como éste (teletón, abuelotón, huecotá) les dan el nombre de ‘acrónimos’, nombre que aparece por primera vez en la edición de 1984 de El Diccionario, con esta única definición: "Sigla constituida por las iniciales (y a veces otras letras que siguen a la inicial), con las cuales se forma un nombre: RENFE (Red Nacional de Ferrocarriles Españoles)". De la misma manera está en la de 1992. Y esto está bien, porque, al fin y al cabo, este ‘acrónimo’ es una sigla. Pero, en la del 2001, y encartada la Academia de la Lengua con las ‘genialidades’ de los ‘creativos’ de la información, añadió esta otra definición: "Vocablo formado por la unión de elementos de dos o más palabras, constituido por el primero de la primera y el fin de la última". Y esto no está bien, porque de tan dispar maridaje resultan sólo imbecilidades, ya que esos retazos de palabras, generalmente nada significan. Imbecilidades o tonterías, estos acrónimos, cuya desinencia es ‘ton’, significan "una actividad maratónica a favor de alguna causa caritativa", acepción que no tiene el ‘templotón’ del padre Alexánder Martínez, párroco de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, pues lo que él está promoviendo es la adquisición de un bono para lograr el "embellecimiento de este patrimonio religioso y cultural de Manizales en sus ciento once años de presencia evangelizadora". Y esto sí está bien, muy bien. Nota: En la frase glosada, el verbo ‘escuchar’ pide la preposición ‘a’, porque, bien analizada la oración, ‘la comunidad’ es complemento indirecto de una oración en la que el acusativo está implícito.
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Las preposiciones tienen el mismo oficio en la oración, a saber, introducir los complementos directos, indirectos y circunstanciales de tiempo, lugar y modo; pero cada una de acuerdo con el régimen del verbo correspondiente. En otras palabras, no se pueden emplear indistintamente, como lo hizo el señor rector de la Universidad de Manizales, Guillermo Orlando Sierra, en esta oración: "… la "premisa neoliberal les ha fijado a los ciudadanos un horizonte en el que se han proscrito los ideales de igualdad, justicia, honestidad, solidaridad" (LA PATRIA, 13/4/2012). Ello es que el verbo ‘proscribir’, cuando significa ‘desterrar’ o ‘excluir’, rige la preposición ‘de’, siempre. Con la acepción de ‘prohibir’, para su complemento circunstancial se pueden emplear las preposiciones ‘en’ y ‘por’, verbigracia, "el alcalde, por medio de decreto, proscribió el uso de vehículos de tracción animal por (en) las calles". El verbo ‘distinguir’ también pide la preposición ‘de’, y, como consecuencia, su adjetivo. "Están convencidos de que las personas distintas a ellos solo viven para practicar el servilismo" (LA PATRIA, Julio Restrepo Ospina, 19/4/2012). "… las personas distintas de ellos", doctor, como si dijéramos "las personas que se distinguen de ellos". Quisquillas, señor, pero de suma importancia.
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Insólito: Nuestra VEINTITRÉS, la triste cumbre del desaseo.
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