Respetada doctora: Ante todo quiero confesarle que despertaba toda mi curiosidad verla. No puedo ocultar que antes de hacerlo, mi imaginario logró tejer el rostro de una cuota política haciéndole el favor a alguien. Pero no, después que lo hice en el noticiero local me sorprendí y encontré alguien bien diferente.
Y es que contrario a lo que esperaba, su imagen proyecta algo distinto. Tengo la sensación que es una persona inquieta y una estudiosa adelantada en sus quehaceres académicos. Claro está que, y entendible además, su mirada aún no refleja entendimiento ya que éste pocas veces se deja ver en tiempos de juventud.
Permítame explicar. El entendimiento es ese bizarro concepto difícil de expresar pero que podría definirse como aquella espiral invisible que se enclava en la mirada de los hombres y las mujeres cuando han logrado trascender la frontera del conocimiento. Esto solo sucede cuando después de cientos o miles de veces de haber apagado muy tarde su lámpara de noche, un individuo hace que sus músculos faciales dejen ver el profesional que hay por dentro, es decir, logra que el título se le note en la cara. Para decirlo en términos jurídicos y espero no equivocarme, es haber llegado a ese promontorio conocido como el espíritu de la LEY. A usted no se le nota aún lo anterior.
Mientras logra llegar a esta instancia; mientras se debate en el mar de dudas que supone ser la princesa o la bruja de una historia; mientras todo eso sucede quiero decirle que en mi opinión usted le acaba de hacer un muy flaco favor al departamento de Caldas.
No sé a ciencia cierta si el actual gobernador del departamento lo está haciendo bien, regular o mal (lo que se escucha es que tiene método y va por buen camino); lo que sí se es que el presupuesto que antes iba a ser invertido en fortalecer colegios, arreglar carreteras intermunicipales o dotar puestos de salud, ahora habrá que utilizarlos, por cuenta suya, en la preparación de unas nuevas elecciones, es decir, en proselitismo. Eso sin sumarle el costo que implica arrancar otra administración departamental.
A estas alturas yo sé que usted muere de ganas por recusarme y esbozar con toda claridad que en esta historia el protagonista cometió imperdonables yerros. Ni más faltaba, no le voy a endilgar el hecho que el primero que debía estar seguro que no estaba inhabilitado era el hoy gobernador, máxime si es doctor en derecho. Tampoco voy a atribuirle el descuido del Consejo Nacional Electoral al no verificar las pruebas. Quiero decirle que técnicamente usted tiene toda la razón pero en un país como el nuestro, eso no es suficiente.
Si viviéramos en un país en el cual el sistema de justicia funcionara como un reloj suizo, su accionar sería digno de aplausos y agradecimientos. Pero usted y yo sabemos que no hay nada más lejano a esa realidad y que actuaciones como las suyas en vez de sumar, restan.
Colombia está inundado de leyes y en su nombre se decomisa un lorito que cayó herido en el patio de una casa porque eso es caza indiscriminada de fauna silvestre; envían a la cárcel a un agricultor que corta unas cuantas guaduas para hacer su casa por el delito de genocidio ambiental y condenan a diez años a un hombre por tocarlos músculos glúteos de una mujer.
Si las leyes, los decretos y las normas fueran el camino seguro, ya estaríamos experimentando un cambio. Pero no. Para terminar déjeme decirle que el derecho al igual que la medicina alopática que ha tenido que cederle espacio a la medicina homeopática, debería abrir la puerta y dejar que entren nuevas formas más flexibles e imaginativas que alcancen propósitos y no intereses como los suyos.
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